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|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
| Los Hijos de Abraham | 2003-08-19 | 1 | Saltillo | Coahuila | MX | 00:00:00 | false |
Muy buenas noches, amables amigos y hermanos presentes aquí en Saltillo, República Mexicana; es para mí un privilegio grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor de la Palabra de Dios y Su Programa correspondiente a este tiempo final.
Leemos en Gálatas, capítulo 3, verso 6 en adelante, donde nos dice el Apóstol San Pablo:
“Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia.
Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.
Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.
De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.”
Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.
Tomamos las palabras del verso 7 de este capítulo 3 de Gálatas para nuestro tema, dice: “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.”
Nuestro tema es: “LOS HIJOS DE ABRAHAM.”
Dios prometió a Abraham en Su Palabra, que Él le daría a heredar la tierra a donde Él lo llevaría, la tierra que Él le mostraría. Dios le dijo en Génesis, capítulo 12, verso 1 en adelante:
“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.
Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.
Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.”
Ahora, vean la promesa que Dios le había hecho a Abraham, cuando le dijo a Abraham que se fuera de su tierra y de su parentela a una tierra que Dios le iba a mostrar, y Dios le dijo que lo iba a hacer una nación grande.
Ahora, en Abraham estaban todos los hijos de Israel.
Ahora, Dios le dice:
“Y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.
Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré.”
Para recibir la bendición de Dios estando Abraham presente, pues era sencillo: estar brazo a brazo con Abraham, bendecir a Abraham, ayudar a Abraham. Pero aquellos que se ponían en contra de Abraham Dios los maldecía; los que se ponían al lado de Abraham Dios los bendecía.
Y así esa bendición y maldición ha venido de Abraham a Isaac, de Isaac a Jacob, de Jacob a los patriarcas, de los patriarcas a los descendientes de los patriarcas, que es el pueblo hebreo. Es un pueblo que el que lo bendiga será bendito, y el que lo maldiga será maldito.
Cuando Balaam fue contratado por Balac para maldecir al pueblo hebreo, Dios le dijo: “No vayas con esa gente y no maldigas ese pueblo, porque ese pueblo es bendito.”
Y el pueblo que es bendito por Dios o la persona que es bendita por Dios o bendecida por Dios, cualquiera que lo maldiga, la persona misma será maldecida. O sea, que todas esas cosas que hable en contra de esa persona, de ese pueblo, le rebotan a la persona en forma multiplicada, y le trae la ruina a la persona; y sin embargo la persona que es bendecida por Dios sigue aumentando en bendición de Dios.
Por eso fue que en una ocasión cuando Amán preparó una horca para Mardoqueo, encontramos que la esposa de Mardoqueo le dice: “Si ese hombre es un judío, tú estás cayendo delante de él.” ¿Por qué? Porque ella se dio cuenta que había una bendición en los hebreos: que el que bendiga a los hebreos serán benditos, y el que maldiga a los hebreos serán malditos.
Ahora, podemos ver que el caso de Amán es un caso muy típico de lo que le sucede a todos los que maldicen y persiguen al pueblo hebreo; la misma horca que preparó para Mardoqueo, fue la misma en donde ahorcaron a Amán. Así que, vean ustedes, el mismo mal que quiso para Mardoqueo le vino a Amán.
Ahora, encontramos que esa bendición la dio Dios a Abraham, y continuó pasando de Abraham a Isaac, de Isaac a Jacob, de Jacob a los patriarcas, y de los patriarcas a los descendientes de los patriarcas.
Y ahora, esta bendición es tan importante, que necesitamos saber dónde está esa bendición.
Ahora, a través de la Escritura encontramos que así como hay un primer Adán y una primera Eva, hay un Segundo Adán y una Segunda Eva: el Segundo Adán es nuestro amado Señor Jesucristo, la Segunda Eva es la Iglesia del Señor Jesucristo, para por medio de Su Iglesia Jesucristo traer hijos e hijas de Dios a existencia con Vida eterna.
Y para ser posible esto, encontramos que Cristo tuvo que venir a la Tierra como el Segundo Adán, y morir en la Cruz del Calvario llevando nuestros pecados, y luego el Día de Pentecostés nació la Iglesia del Señor Jesucristo, y por medio de Su Iglesia Jesucristo ha estado trayendo a existencia hijos e hijas de Dios con Vida eterna.
Estas son las personas que reciben a Cristo como su Salvador, lavan sus pecados en la Sangre de Cristo y son bautizados en agua en el Nombre del Señor Jesucristo. Esas personas han obtenido el nuevo nacimiento, han nacido en el Reino de Cristo con Vida eterna, y son descendientes del Segundo Adán y de la Segunda Eva y por consiguiente son hijos e hijas de Dios, descendientes de Dios con Vida eterna. Pues Dios por medio del Segundo Adán (por medio de Cristo) y la Segunda Eva (la Iglesia del Señor Jesucristo), está creando una Nueva Raza con Vida eterna.
Y ahora, encontramos que aquí así como hay un primer Adán, hay un Segundo Adán, como hay una primera Eva, hay una Segunda Eva; y como hay un primer hijo de Abraham: Isaac, por medio de la esposa, de su esposa Sara, hay un Segundo Hijo de Abraham, el cual es Jesucristo nuestro Salvador.
Jesucristo es la simiente de Abraham a la cual fueron hechas las promesas y en donde está la bendición para todo ser humano. Vean, en el mismo capítulo 3, verso 13 en adelante de Gálatas, dice San Pablo:
“Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero
para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.”
Y ahora, la bendición de Abraham pasa a los gentiles que reciben a Cristo como su Salvador personal, y vienen a ser por la fe en Cristo hijos de Abraham. ¿Ven lo sencillo que es ser un hijo de Abraham? No hay que nacer en medio del pueblo hebreo allá en la tierra de Israel, ni ser un descendiente de los hebreos, sino ser un creyente en Cristo nuestro Salvador, y por la fe en Cristo la persona viene a ser un hijo de Abraham, un hijo celestial de Abraham.
Y ahora, así como hay un Hijo de Abraham Celestial, el cual es Cristo, el cual según la carne también es Hijo de Abraham, pues nació en la tierra de Israel, pero fue por creación divina que surgió el cuerpo de Jesús.
Por lo tanto, Jesucristo es el Hombre Celestial, el Segundo Adán Celestial, y es el Segundo Isaac Celestial, y también Él es el Segundo Hijo de David, el Hijo de David que se sentará en el Trono de David, el Hijo de David Celestial, el cual descendió del Cielo y nació en medio del pueblo hebreo en Belén de Judea allá en la tribu de Judá.
Por lo tanto, al nacer en la Tierra por medio de una mujer virgen descendiente del rey David, tiene la ciudadanía hebrea y es un descendiente según la carne, de David.
Pero Él es el Hijo de David Celestial, Él es el que hereda toda promesa dada a David (al rey David), Él es el heredero del Reino y Trono de David, porque el Reino de David es el Reino de Dios, y el Trono de David es el Trono de Dios terrenal que Él estableció en la Tierra, en el cual se sentó el rey David y luego el rey Salomón, en el cual se sentará Jesucristo nuestro Salvador.
Por eso el Arcángel Gabriel cuando apareció a la virgen María en el capítulo 1 de San Lucas, al hablar con ella le dio a conocer el misterio de la Primera Venida de Cristo, cómo se cumpliría la Primera Venida de Cristo.
Ése es el Arcángel que conoce los misterios celestiales, ése es el Arcángel que tiene acceso al Libro de la Verdad, en donde está todo el Programa Divino, el cual puede ver en ese Libro y dar a conocer lo que hay allí.
Al Profeta Daniel le pareció el Arcángel Gabriel y le dio a conocer cosas contenidas en el Libro de la Verdad, le dio a conocer lo que sucedería con el reino de los gentiles y le dio a conocer lo que sucedería con el pueblo hebreo, y también le mostró la Dispensación de la Gracia, en donde le mostró que muchos serían emblanquecidos y purificados. Y solamente se puede ser emblanquecido y purificado con la Sangre de Jesucristo nuestro Salvador.
Y ahora, es el Arcángel Gabriel el Arcángel de la revelación divina.
Y ahora, este Arcángel conocía el misterio de la Primera Venida de Cristo, cómo se cumpliría la Primera Venida de Cristo, y también cómo se cumpliría la venida del precursor de la Primera Venida de Cristo.
El Rvdo. William Branham dijo que Gabriel anunció la Primera Venida de Cristo, y dice: “Y él anunciará la Segunda Venida de Cristo.”
Este Arcángel conoce el misterio de la Primera Venida y de la Segunda Venida de Cristo, y también conoce el misterio de la primera venida del primer precursor de la Primera Venida de Cristo, y también conoce el misterio del precursor de la Segunda Venida de Cristo.
Por lo tanto, ese Arcángel apareció al sacerdote Zacarías en una ocasión y le dijo que él iba a tener (el sacerdote Zacarías) un hijo por medio de su esposa Elisabet, la cual ya estaba avanzada en edad y era estéril, y Zacarías el sacerdote era un hombre ya viejo.
Pero no hay ninguna cosa imposible para Dios, en el Programa de Dios estaba que esas dos personas de edad avanzada tuvieran un hijo y fuera el precursor de la Primera Venida de Cristo, porque no hay ninguna cosa imposible para Dios.
Cuando Abraham y Sara tenían cada uno: Abraham noventa y nueve años y Sara ochenta y nueve años, apareció Elohim el día antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra en el capítulo 18 del Génesis, y les confirmó que iban a tener el hijo prometido, y que el próximo año ya tendrían el hijo prometido.
Y así fue, pero ya estaban muy ancianos y Sara era estéril, y para colmo con ochenta y nueve años de edad en esos momentos. ¿Qué hombre puede esperar de una anciana de ochenta y nueve años un hijo? Ningún hombre, pero Abraham sí lo esperaba, porque Dios le había prometido a Abraham ese hijo.
Y ya habían transcurrido unos veinticuatro o veinticinco años desde que Dios le había prometido ese hijo, y todavía Abraham lo estaba esperando. No importaba que la edad a Abraham le iba pasando y se iba poniendo más viejo, Abraham sabía que si se ponía cada día más viejo y su esposa Sara, y si se requería que fueran jóvenes, pues Dios los iba a rejuvenecer.
Como todo escogido de Dios sabe que aunque se ponga viejo, si está en el Programa Divino para ser transformado en este tiempo final, no importa que se vaya poniendo viejo, Dios lo va a rejuvenecer transformando su cuerpo y dándole un cuerpo nuevo, eterno, inmortal, incorruptible y glorificado.
Eso fue lo que hizo con Sara y con Abraham: los rejuveneció y vinieron a ser jóvenes nuevamente. Por eso fue que luego que Dios destruyó a Sodoma y a Gomorra, al otro día luego Abraham vio el humo de la destrucción, del fuego, al otro día por la mañana, y luego Abraham en esos días se fue para otro lugar y allá el rey Abimelec se enamoró de Sara.
¿Y qué rey se va a enamorar de una anciana de ochenta y nueve años? es que Dios había rejuvenecido a Sara, y ya estaba lista para concebir de Abraham y tener el hijo prometido.
Ahora vean, eso fue un milagro divino, pues es un milagro que un hombre de cien años y una mujer de noventa años tengan un hijo, pues ya cuando tenía cien años Abraham y Sara noventa, fue que nació el hijo prometido a Abraham. Pero para Dios no hay nada imposible.
Ahora, veamos al Arcángel Gabriel en el capítulo 1, verso 26 en adelante de San Lucas, apareciendo a la virgen María, dice:
“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.
Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres.
Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.
Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.
Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.
Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre;
y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.”
Aquí le promete el Arcángel Gabriel que ese niño que va a nacer a través de la virgen María, va a ser el heredero del Trono de David, es el Hijo de Dios el que va a nacer, y ése es el Heredero al Trono de David, Dios le dará el Trono de David, y se sentará sobre el Trono de David y reinará sobre el pueblo hebreo para siempre.
“Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón.
Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.
Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril;
porque nada hay imposible para Dios.
Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.”
Ahora, la virgen María fue fortalecida con las palabras del Arcángel Gabriel, y cuando le dice: “Y tu parienta Elisabet ha concebido hijo en su vejez, la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios.” Y ahí la fe de María subió y dijo: “Hágase conmigo conforme a tu Palabra.” Creyó, por lo tanto vean, acá luego María se levanta en esos días y va a visitar a su parienta Elisabet. Vean:
“En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá;
y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet.
Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo.”
La criatura que estaba en el vientre de Elisabet, el cual era Juan el Bautista, saltó de alegría, de gozo, ahí fue lleno del Espíritu de Dios, porque el Arcángel Gabriel le había dicho al sacerdote Zacarías que ese niño que Zacarías iba a tener por medio de su esposa Elisabet, sería lleno del Espíritu Santo aún desde el vientre de su madre.
“...y Elisabet fue llena del Espíritu Santo,
y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre (o sea, bendito Jesús).
¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor.”
Lo que le fue dicho a María por el Arcángel Gabriel fue de parte ¿de quién? De Dios, de parte del Señor, y ella creyó el Mensaje celestial del Arcángel Gabriel.
Gabriel el Arcángel, anunció la Primera Venida de Cristo, y dice el Rvdo. William Branham: “El Arcángel Gabriel anunciará también la Segunda Venida de Cristo.” Ése es el único que conocerá el misterio de la Segunda Venida de Cristo, “y lo anunciará,” dice el Rvdo. William Branham.
Ahora, ¿a quién le anunció el Arcángel Gabriel la Primera Venida de Cristo? A la virgen María, y así como hay una primera virgen María, hay una Segunda María. Esa Segunda María es la Iglesia del Señor Jesucristo, está tipificada en la virgen María.
Ahora, encontramos que siempre Dios tiene un Programa, el cual desde el Antiguo Testamento ha estado colocando el tipo y figura, el fundamento para lo que va a hacer más adelante.
Vean, el Arcángel Gabriel apareció a una virgen, ¿y por qué no apareció a una mujer que ya hubiera tenido uno, dos o tres niños? En Isaías, capítulo 7, verso 14, dice.
“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.”
Emanuel significa “Dios con nosotros.” Y sería una virgen la que concebiría y daría a luz un niño. Por eso el Arcángel Gabriel vino a una virgen (a la virgen María), para anunciarle que a través de ella nacería el Hijo de Dios. Ésta es la simiente de la mujer: Cristo, del cual habló Dios en Génesis, capítulo 3, verso 15.
Ahora, podemos ver este misterio tan grande de los hijos e hijas de Dios. Jesucristo es el Hijo de Dios, y conforme a la Escritura Él siendo el Hijo de Abraham prometido, era el que heredaría todas las bendiciones de Abraham, y en quien serían benditas todas las naciones y por consiguiente todos los seres humanos. Él, Jesucristo, tendría y llevaría muchos hijos a la gloria. Eso está en Hebreos, capítulo 2, verso 9 en adelante, donde dice:
“Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.
Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.”
Y ahora, Jesucristo conforme a esta Escritura llevará muchos hijos a la gloria; el Señor Jesucristo llevará muchos hijos a la gloria para ser semejantes a Él, a Su imagen y semejanza, para ser personas inmortales, con cuerpos angelicales, inmortales, y cuerpos físicos glorificados:
“Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos.”
Cristo no se avergüenza de llamarnos hermanos a nosotros, y nosotros no nos avergonzamos de llamarlo a Él, hermano, nuestro Hermano mayor, y no nos avergonzamos de llamarnos los unos a los otros hermanos. Somos hermanos porque somos hijos e hijas de Dios, tenemos un Padre, que es Dios.
“Diciendo:
Anunciaré a mis hermanos tu nombre,
En medio de la congregación te alabaré.
Y otra vez:
Yo confiaré en él. Y de nuevo:
He aquí, yo y los hijos que Dios me dio.
Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,
y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.”
Así como el pueblo hebreo estuvo sujeto a servidumbre por unos cuatrocientos años allá en Egipto y luego Dios los libertó, ahora, los hijos e hijas de Dios han estado desde la caída del ser humano sujetos a servidumbre en este planeta Tierra en el tiempo que les ha tocado vivir; pero Cristo murió en la Cruz del Calvario y nos libertó.
Y luego de etapa en etapa, de edad en edad vienen a vivir a la Tierra los hijos e hijas de Dios; y cuando reciben el nacimiento aquí en la Tierra, reciben un cuerpo físico, mortal, corruptible, temporal, y un espíritu del mundo, y nacen como esclavos en el reino de las tinieblas, porque el príncipe de este mundo es el diablo, y toda persona que nace en este mundo, nace como un esclavo y miembro del reino de las tinieblas. Por eso se requiere que la persona tenga un nuevo nacimiento. En el nuevo nacimiento la persona nace en el Reino de Cristo nuestro Salvador.
Ahora, así como Dios libertó al pueblo hebreo, lo sacó de la esclavitud en Egipto, los libertó del faraón; el faraón representa al diablo, y el reino del faraón representa el reino de las tinieblas, del diablo, del maligno.
Y ahora, así como Dios libertó al pueblo hebreo a través del Profeta Moisés de la esclavitud en Egipto, ahora Dios por medio de Cristo nos ha libertado a nosotros del reino de las tinieblas.
Vean, de esto fue que habló San Pablo en Colosenses, capítulo 1, verso 12 en adelante, cuando dice:
“Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz;
el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo.”
¿Ven? Nos ha librado de la potestad, del poder, del gobierno de las tinieblas, y el gobierno de las tinieblas es el gobierno del maligno, del diablo; y el reino de las tinieblas es el reino que gobierna la humanidad desde la caída del ser humano en el Huerto del Edén. Por eso Cristo en una ocasión hablando en el evangelio según San Juan, en el capítulo 12 dijo... capítulo 12, verso 31, dice:
“Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera.”
¿Y quién es el príncipe de este mundo? El diablo. Ahora dice Cristo: “El príncipe de este mundo será echado fuera.” También en el capítulo 14 de San Juan, Cristo hablando dice, en el capítulo 14, verso 30.
“No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí.”
Y ahora, Cristo se refiere al diablo como el príncipe de este mundo.
Y ahora, siendo el diablo el príncipe de este mundo, entonces Cristo liberta del príncipe y gobierno de este mundo de las tinieblas, Cristo liberta a toda persona escrita en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero; y cuando la persona recibe a Cristo como su Salvador personal, queda libertada, se materializa esa liberación en la persona, y es sacada del reino de las tinieblas y colocada en el Reino de Cristo, obtiene el nuevo nacimiento, nace de nuevo del Agua y del Espíritu y entra al Reino de Cristo.
Vean, también en el capítulo 16, verso 11 Cristo dice (de San Juan también):
“Y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.”
Y ahora, encontramos que Cristo nos ha libertado del reino de las tinieblas, del reino del príncipe de este mundo, y el príncipe de este mundo es el maligno; pero Cristo nos ha libertado y nos ha colocado en Su Reino.
También encontramos en San Juan, capítulo 11 palabras muy importantes, capítulo 11, verso 49 en adelante, cuando tomaron preso a Jesús y el sumo sacerdote juntamente con los miembros del concilio del sanedrín estaban juzgando a Cristo. Vean, dice capítulo 11, verso 47 en adelante, dice:
“Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales.
Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación.
Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada;
ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca.
Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación;
y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.
Así que, desde aquel día acordaron matarle.”
Y ahora, Cristo moriría no solamente por el pueblo hebreo, sino por todos los hijos e hijas de Dios que estaban dispersos en diferentes naciones, no solamente en medio del pueblo hebreo sino en medio de todas las naciones gentiles; por eso fue que Cristo cuando habló acerca de todos los hijos e hijas de Dios, los comparó a ovejas, y Él dijo en San Mateo, capítulo 18, verso 11 en adelante:
“Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido.
¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado?
Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve que no se descarriaron.
Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.”
No es la voluntad de Dios que se pierda una de estas ovejas del Padre. En el capítulo 10 de San Juan también, verso 14 en adelante Cristo hablando de esas ovejas que son los hijos e hijas de Dios, dice:
“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen,
así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.
También tengo otras ovejas que no son de este redil (o sea, que no son del pueblo hebreo); aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.”
¿Quiénes son los que escuchan la Voz de Cristo, el Buen Pastor? Las ovejas de Dios, todos los hijos e hijas de Dios. En el capítulo 8, verso 47 de San Juan Cristo dice:
“El que es de Dios, las palabras de Dios oye.”
Y ahora, aquellos que no querían escuchar la Voz de Dios a través de Cristo, Cristo les dice:
“Por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.”
Y ahora, el que es de Dios, oye la Voz de Dios; el que no es de Dios, no oye la Voz de Dios. También en el capítulo 10, verso 22 en adelante de San Juan, dice:
“Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno,
y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.
Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí;
pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho.
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,
y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre uno somos.”
Y ahora, hemos visto que estas ovejas de Cristo, son las ovejas del Padre que Dios le dio a Jesucristo para que les dé Vida eterna, son estas ovejas, estos hijos de Dios que con la caída del ser humano en el Huerto del Edén cayeron también y se perdieron, se perdieron de la Vida eterna. Por lo tanto, estas ovejas, estas personas, estas almas de Dios tienen que ser restauradas a la Vida eterna.
Y ahora, vean lo que Cristo nos dice aquí en San Marcos, capítulo... y en San Lucas También. San Lucas, capítulo 24, verso 45 en adelante, dice:
“Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras.”
Ninguna persona puede comprender las Escrituras a menos que Dios les abra el entendimiento.
“Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día;
y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.”
Por eso se predica en el Nombre del Señor Jesucristo el arrepentimiento y el perdón de los pecados, para que toda persona reciba a Cristo como su Salvador arrepentido de sus pecados, obtenga el perdón de sus pecados y sea limpio por la Sangre de Jesucristo nuestro Salvador, y sea bautizado en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, y Cristo lo bautice con Espíritu Santo y Fuego y obtenga el nuevo nacimiento. “Porque el que no nazca de nuevo, el que no nazca del Agua y del Espíritu, no puede entrar al Reino de Dios.” Eso fue lo que dijo Cristo a Nicodemo en el capítulo 3, verso 1 en adelante del evangelio según San Juan.
Y ahora, en el capítulo 16, versos 15 al 16 de San Marcos, dice Cristo ya resucitado:
“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.”
Toda persona quiere ser salva y quiere vivir eternamente con Cristo en Su Reino; por lo tanto necesita escuchar la predicación del Evangelio, y recibir a Cristo como su Salvador, y ser bautizado en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, y Cristo perdona sus pecados, lo limpia con Su Sangre preciosa de todo pecado, y Cristo lo bautiza con Espíritu Santo y Fuego y obtiene el nuevo nacimiento y entra así al Reino de Dios, al Reino de Jesucristo nuestro Salvador.
En el libro de los Hechos, capítulo 2, el Apóstol San Pedro predicando el Día de Pentecostés, dice verso 15 en adelante:
“Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día.
Mas esto es lo dicho por el profeta Joel:
Y en los postreros días, dice Dios,
Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,
Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;
Vuestros jóvenes verán visiones,
Y vuestros ancianos soñarán sueños;
Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días
Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.
Y daré prodigios arriba en el cielo,
Y señales abajo en la tierra,
Sangre y fuego y vapor de humo;
El sol se convertirá en tinieblas,
Y la luna en sangre,
Antes que venga el día del Señor,
Grande y manifiesto;
Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.”
Cuando es bautizada la persona en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, el ministro invoca el Nombre del Señor Jesucristo sobre la persona porque así está ordenado que se haga.
Y ahora, vean ustedes, en el libro de los Hechos, capítulo 2, verso 36 en adelante, dice... vamos a ver, verso 34 en adelante, dice:
“Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi diestra,
Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.”
Cuando Cristo ascendió al Cielo, se sentó a la Diestra de Dios, esto es de lo que nos habla aquí San Pedro:
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.”
Por eso es que llamamos a Jesús SEÑOR JESUCRISTO: porque Dios lo ha hecho Señor y Cristo.
“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.
Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.
Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.”
Como tres mil personas creyeron en el Evangelio, creyeron en Jesucristo y Su muerte en la Cruz del Calvario, y arrepentidos de sus pecados recibieron a Cristo, Cristo los perdonó, los limpió con Su Sangre preciosa, y fueron bautizados en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, y Cristo los bautizó con Espíritu Santo y Fuego, y obtuvieron el nuevo nacimiento y entraron a la Iglesia del Señor Jesucristo, entraron al Reino de Dios. Y así como tres mil personas recibieron la bendición de Abraham, como hijos de Abraham.
Y ahora, los hijos de Abraham según la carne es el pueblo hebreo, y los hijos de Abraham por la fe son los creyentes en Cristo, los que por la fe en Cristo son hijos de Abraham, hijos celestiales, hijos pertenecientes al Reino Celestial, al Reino de Dios, y por consiguiente estos son los que entran al Reino de Dios, al Reino de Jesucristo nuestro Salvador, estos son los que nacen de nuevo, y nacen como hijos de Abraham, los hijos de Abraham celestiales pertenecientes a la Jerusalén Celestial.
Ahora, veamos que este misterio de los hijos de Abraham celestiales está abierto aquí en las palabras del Apóstol San Pablo, cuando nos habla él en Gálatas también, capítulo 4, verso 22 en adelante, dice:
“Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre.
Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa.
Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar.
Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud.
Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre.
Porque está escrito:
Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz;
Prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto;
Porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido.
Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa.
Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora.
Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre.
De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre (o sea, de la Jerusalén Celestial).”
También en Hebreos, también nos habla de este misterio en Hebreos, capítulo 12, verso 22 en adelante, dice:
“Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles,
a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos...”
Los Primogénitos que están inscritos en los Cielos son los hijos e hijas de Dios, los creyentes en Cristo, tienen sus nombres ellos escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, ellos pertenecen a la Jerusalén Celestial.
“...a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos,
a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.”
Y ahora, todos los hijos de la Jerusalén Celestial, todos los hijos de Abraham celestial son personas que están dentro del Nuevo Pacto, cubiertos con la Sangre del Nuevo Pacto; y la Sangre del Nuevo Pacto es la Sangre de Jesucristo nuestro Salvador.
Ésas son las personas que han recibido a Cristo como su Salvador, han lavado sus pecados en la Sangre de Cristo, han sido bautizados en agua en Su Nombre, y Cristo los ha bautizado con Espíritu Santo y Fuego, y han obtenido el nuevo nacimiento y han nacido en el Reino de Cristo como hijos e hijas de Dios, esos son los hijos de Abraham, esos son los creyentes en Cristo, son los hijos de la fe en Cristo.
En el capítulo 13, verso 20 al 21 dice San Pablo en Hebreos:
“Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno.”
Y ahora, ¿cuál es la Sangre del Pacto eterno? La Sangre de Jesucristo nuestro Salvador. ¿Cómo entramos al Pacto eterno? Recibiendo a Cristo como nuestro Salvador personal.
Toda persona que recibe a Cristo como su Salvador personal arrepentido de sus pecados, y Cristo perdona sus pecados y le limpia con Su Sangre preciosa, y es bautizada en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, y Cristo lo bautiza con Espíritu Santo y Fuego, esa persona ha obtenido el nuevo nacimiento, ha nacido como un hijo o una hija de Dios en el Reino de Dios y tiene Vida eterna, esa persona obtuvo el nuevo nacimiento, nació del Agua y del Espíritu, nació de la predicación del Evangelio y del Espíritu Santo.
Por lo tanto, toda persona, ya sea entre los hebreos o entre los gentiles, puede ser un hijo de Abraham, ¿cómo? Recibiendo a Cristo como nuestro Salvador, lavando sus pecados en la Sangre de Cristo, siendo bautizado en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, y Cristo lo bautizará con Espíritu Santo y Fuego y así habrá obtenido el nuevo nacimiento, es un ciudadano celestial, es un hijo de Abraham según la fe en Cristo, y por consiguiente es un hijo de Abraham celestial.
“LOS HIJOS DE ABRAHAM,” los cuales estaban desparramados por el mundo entero, y por los cuales Jesucristo nuestro Salvador murió en la Cruz del Calvario.
Y ahora, dice:
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.” Tan simple como eso.
Por lo tanto, en esta noche aquí hay muchos hijos de Abraham, ¿quiénes son esos hijos de Abraham? Todos nosotros, porque hemos creído la predicación del Evangelio, hemos recibido a Cristo como nuestro Salvador, y hemos sido bautizados en agua en Su Nombre, y Él nos ha bautizado con Espíritu Santo y Fuego, y hemos obtenido el nuevo nacimiento, hemos nacido como hijos de Abraham, hijos e hijas de Dios por la fe en Jesucristo nuestro Salvador.
Y los que todavía no han recibido a Cristo como su Salvador, todavía no han obtenido el nuevo nacimiento, no han nacido como hijos de Abraham, no han nacido como hijos e hijas de Dios en el Reino de Dios. Pero pueden en esta noche nacer en el Reino de Dios, como hijos e hijas de Dios y por consiguiente como hijos de Abraham, el padre de la fe, y ser así parte del pueblo de Dios, del pueblo de Dios celestial, que es la Iglesia del Señor Jesucristo.
Vean, en Efesios, hablándonos el Apóstol Pablo acerca del pueblo de Dios, nos muestra en el capítulo 2 cómo entramos a formar parte del pueblo de Dios. Capítulo 2, verso 19 en adelante, 19 al 22 de Efesios dice San Pablo:
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios (miembros de la Familia de Dios),
edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,
en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;
en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu (para morada de Dios en el Espíritu).”
Así como somos edificados un templo espiritual como miembros de la Iglesia de Jesucristo, como individuos también estamos siendo edificados como un templo espiritual para morada de Dios en nosotros en Espíritu Santo.
Así que, vean ustedes, ahora somos conciudadanos de los santos y miembros de la Familia de Dios, de la Familia Celestial, somos hijos e hijas de Dios escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero desde antes de la fundación del mundo.
Y usted y yo no lo sabíamos, pero ya sí lo sabemos; estábamos escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, y estaba determinado por Dios que estaríamos en este planeta Tierra en este tiempo final, en el cual nos ha tocado vivir, ¿para qué? Para escuchar la predicación del Evangelio y recibir a Cristo como nuestro Salvador, y ser bautizados en agua en Su Nombre y recibir Su Espíritu Santo y obtener el nuevo nacimiento.
Por lo tanto, los que todavía no han recibido a Cristo y están aquí en esta noche, o escuchan esta conferencia a través de video o de televisión, o leen esta conferencia en algún folleto impreso, ustedes están o leyendo, o viendo y escuchando por televisión o personalmente, porque ustedes están escritos en el Cielo, en el Libro de Dios, en el Libro de la Vida.
Por lo tanto, ustedes están aquí en esta noche para recibir las bendiciones de Dios, las bendiciones que Dios habló a Abraham, las cuales pasan a los hijos de Abraham. Y Cristo murió por nosotros, para que la bendición de Abraham pasara a nosotros.
Por lo tanto, ustedes están aquí porque son hijos e hijas de Dios, y Dios los ha enviado a la Tierra para que estando en esta Tierra reciban a Cristo como su Salvador personal. Por eso es que ustedes pueden creer. “El que es de Dios, la Voz de Dios oye; el que no es de Dios, no escucha la Voz de Dios, no escucha la Voz de Cristo.” Pero ustedes están aquí porque son de Dios y han venido para escuchar la Voz de Dios. Y la Voz de Dios por Su Palabra nos dice:
“El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.”
Nadie quiere ser condenado, todos quieren ser salvos y vivir eternamente con Cristo en Su Reino, por lo cual hay que recibir al Rey de ese Reino eterno, de ese Reino de Dios, y ese Rey es Jesucristo nuestro Salvador. Él dijo: “El que me confesare delante de los hombres, yo le confesaré delante de mi Padre y de Sus Ángeles; mas el que me negare delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre y delante de Sus santos Ángeles.”
Por lo tanto, queremos que Jesucristo nos confiese delante del Padre Celestial, y diga: “Estas personas me confesaron públicamente, y confesaron que creían en mí, y me recibieron como su Salvador. Por lo tanto, yo salvé a estas personas, yo los perdoné, perdoné todos sus pecados, los limpié de todo pecado con mi Sangre, y ellos fueron bautizados en mi Nombre y yo los bauticé con Espíritu Santo y Fuego.”
Por lo tanto, estas personas tienen derecho a vivir eternamente en el Reino de Dios con Cristo nuestro Salvador, y el Padre Celestial ¿qué podrá decir? “Entren en el gozo de vuestro Señor, entren a la Vida eterna, entren al Reino de Dios y vivan eternamente en el Reino de Dios.” Porque estos son los hijos de Abraham celestiales por la fe en Jesucristo nuestro Salvador.
Ha sido para mí un privilegio grande estar con ustedes en esta noche, dándoles testimonio de: “LOS HIJOS DE ABRAHAM.”
Toda persona que en esta noche levante su mano para que Cristo tenga Misericordia de usted, perdone sus pecados y le limpie con Su Sangre preciosa, y sea bautizado en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, y Cristo lo bautice con Espíritu Santo y Fuego, el Rvdo. Miguel Bermúdez Marín estará orando por ustedes.
Por lo tanto, tendrán la oportunidad los que todavía nunca han recibido a Cristo como su Salvador, o los que en alguna ocasión lo recibieron pero se apartaron de Cristo, o los que nunca han sido bautizados en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, tienen la oportunidad en esta noche de recibir a Cristo como su Salvador personal, para que Cristo tenga Misericordia de usted, le limpie con Su Sangre preciosa y sea bautizado en el Nombre del Señor Jesucristo, y Cristo lo bautice con Espíritu Santo y Fuego y obtenga el nuevo nacimiento, y entre al Reino de Dios como un hijo de Abraham, que por consiguiente es un hijo o una hija de Dios.
Con nosotros nuevamente el Rvdo. Miguel Bermúdez Marín para orar por las personas que levantarán sus manos y pasarán al frente para que él ore por ustedes.
Ha sido para mí un privilegio grande estar con ustedes en esta noche, dándoles testimonio de: “LOS HIJOS DE ABRAHAM.”
Muchas gracias por vuestra amable atención, y continúen pasando una noche llena de las bendiciones de Jesucristo nuestro Salvador.
Con nosotros ya el Rvdo. Miguel Bermúdez Marín.
“LOS HIJOS DE ABRAHAM.”