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El tiempo de la adopción 2008-10-12 1 Quito Pichincha EC 00:00:00 false

Muy buenos dí­as, amados amigos y hermanos presentes, y los que están a través del satélite Amazonas o de internet en diferentes naciones; es una bendición y privilegio grande estar con ustedes desde Quito, Ecuador, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor de la Palabra de Dios y Su Programa correspondiente a este tiempo final.

Para lo cual leemos en San Lucas, capí­tulo 21, versos 25 en adelante, donde el mismo Jesucristo, dice:

"Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas;

desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas.

Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria.

Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguí­os y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca."

Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.

"EL TIEMPO DE LA ADOPCIÓN."

Cuando estas cosas comiencen a suceder, dice San Pablo: "Vuestra redención está cerca." Por lo tanto, hay un tiempo para la redención. En Efesios, capí­tulo 4, verso 30, el apóstol Pablo dice:

"Y no contristéis al Espí­ritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el dí­a de la redención."

"EL TIEMPO, EL DÍA DE LA REDENCIÓN."

Para poder comprender estas palabras de Jesús: "Vuestra redención está cerca," tenemos que comprender qué es la redención de la cual Cristo nos está hablando. Y San Pablo, cuando nos habla que hemos sido sellados con el Espí­ritu Santo para el dí­a de la redención, también tenemos que entender lo que es el dí­a de la redención.

Por lo tanto veamos, a través de la Escritura hemos estado escuchando que Jesucristo llevó a cabo nuestra redención en la Cruz del Calvario, Él allí­ murió por mí­, ¿y por quién más? Por cada uno de ustedes.

Y en el programa de la redención, lo cual es un proyecto divino, y el cual se ha estado llevando a cabo en este planeta Tierra, en favor de todas esas personas que lo recibirí­an como su único y suficiente Salvador, y por consiguiente obtendrí­an la Vida eterna. De esas personas Cristo dice que son las ovejas que el Padre le dio para que las busque y les dé Vida eterna. De eso fue que habló, cuando dijo:

"Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se habí­a perdido." (San Lucas, capí­tulo 19, verso 10; y San Mateo, capí­tulo 18, versos 11 al 14).

Y ahora, esas personas han venido de donde vino Cristo: del Cielo, de Dios; y se encontrarí­an aquí­ en la Tierra perdidas, porque el ser humano pecó en el Huerto del Edén, y por consiguiente, las almas que tení­an que venir a la Tierra con Vida eterna, entonces vinieron sin Vida eterna de Adán hacia acá. Pero con todo y eso, esas almas siguen siendo de Dios, las ovejas del Padre, las cuales le fueron dadas a Jesucristo para que las busque y les dé Vida eterna, por medio de Su programa de redención que Él llevó a cabo en la Cruz del Calvario; para lo cual se da a conocer ese programa de redención por medio de la predicación del Evangelio de Cristo, para que toda persona escuche, y el que es de Dios escuchará, oirá la Voz de Dios, creerá, dará testimonio público de su fe de Cristo porque la fe viene por el oí­r la Palabra. "Y con el corazón se cree para justicia," o sea, con el alma que solamente tiene un sentido el cual es el libre albedrí­o; y el libre albedrí­o se usa para creer o para dudar.

Por eso es que en el Huerto del Edén Dios colocó el Árbol de la Vida, y el árbol de ciencia del bien y del mal. Un árbol era para vida y el otro árbol era de muerte. "El dí­a que de él comas (el dí­a que coma del árbol de ciencia del bien y del mal, dijo Dios a Adán), morirás."

Y ahora, el comer del Árbol de la Vida significaba vivir eternamente, por eso después de pecar el ser humano, entonces Dios lo sacó (a Adán y a Eva) del Huerto del Edén, y dice: "Para que no extienda la mano y tomen del Árbol de la Vida y vivan para siempre (o sea, vivan como pecadores)."

Y Dios no quiere que el ser humano viva como pecador, no quiere que viva eternamente. Él quiere que el ser humano viva redimido, tenga la Vida eterna y viva en el Reino de Dios para siempre; y para eso está el programa de redención que toma al ser humano y lo regresa a la Vida eterna de donde vino, porque todos los hijos e hijas de Dios, todas esas ovejas del Padre, vinieron de la eternidad.

Y fue establecido en la Tierra el programa de redención para el ser humano, el cual fue tipificado en la fiesta de la Pascua y también la fiesta de la expiación en donde en ambas fiestas morí­a un animalito: en la fiesta de la Pascua un cordero pascual de un año, y en la fiesta de la expiación un macho cabrí­o, en expiación por el pecado del pueblo.

Todo eso era tipo y figura del Sacrificio de Cristo para llevarse a cabo la redención del ser humano, la redención de todas esas almas de Dios, ovejas de Dios que tienen sus nombres escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero.

Y en ese proyecto o programa de redención el ser humano entrarí­a a un nuevo Pacto, un nuevo Pacto que establecerí­a el Mesí­as Prí­ncipe, por lo cual Jesucristo en Su Venida a la Tierra en la última cena, dijo a Sus discí­pulos al tomar el pan y partirlo, y dar gracias a Dios, dijo: "Comed, esto es mi cuerpo." Y luego toma la copa de vino, da gracias a Dios, bendice, y da a Sus discí­pulos para que tomen de ella y les dice: "Tomad de ella todos, esta es la sangre del nuevo Pacto que por muchos es derramada." [San Mateo 26:26-28].

Esos muchos son los que recibirí­an a Cristo como único y suficiente Salvador; y siendo la Sangre del nuevo Pacto, la Sangre del Pacto eterno, las personas quedan cubiertas con esa Sangre y son limpias de todo pecado y por consiguiente obtienen la redención, son reconciliados con Dios, no para un año más, sino para toda la eternidad; y por consiguiente, al entrar a ese nuevo Pacto, entran a la Vida eterna con Cristo en Su Reino eterno.

En palabras más claras: así­ como fueron librados los primogénitos hebreos en Egipto de la muerte, son librados de la muerte espiritual, la muerte del alma, todos los que entran al nuevo Pacto, porque para ellos fue sacrificado el Cordero pascual, el cual es Cristo. De lo cual San Pablo en Primera de Corintios, capí­tulo 5, verso 7, dice:

"... porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros."

Él es nuestra Pascua, Él es el Cordero pascual que murió por los primogénitos escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, para la preservación de la vida de ellos.

Y mientras en medio de la humanidad mueren espiritualmente millones de seres humanos, durante todo este lapso de tiempo de dos mil años que ha estado transcurriendo, los primogénitos escritos en el Cielo, creyentes en Cristo nacidos de nuevo, tienen la señal de la Sangre en su alma por medio del Espí­ritu Santo en ellos, porque el Espí­ritu Santo es la vida de la Sangre; y quedan preservados para vivir eternamente en el Reino de Dios, han entrado a ese primer éxodo, que es un éxodo espiritual, en donde han sido libertados del reino de las tinieblas, han sido sacados de ese reino de las tinieblas, del reino del maligno, y llevados al Reino de Jesucristo, el Hijo de Dios; y ya esas personas tienen Vida eterna.

Por eso fue que Juan el Bautista cuando vio a Jesús dijo en San Juan, capí­tulo 1, versos 29 al 36:

"He aquí­ el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (señalando a Jesucristo)."

Y por consiguiente, está mostrando que Jesucristo va a morir para que aquello que ocurrió en Egipto, en donde el cordero pascual fue sacrificado por cada familia, y que luego anualmente celebraban en el primer mes hebreo religioso, ahora se hace una realidad con Cristo viniendo en Su primera Venida como el Cordero de Dios para morir, y ser colocada la Sangre en el alma, en el corazón de todos los hijos e hijas de Dios.

Y ahora, cada hijo o hija de Dios que ha recibido a Cristo, ha sido sellado con la Sangre; la Sangre de Cristo esta ahí­ en su alma por medio del Espí­ritu, que es la vida de la Sangre, y en la casa de esa familia de Dios, que es la Iglesia, está también la Sangre; la Sangre está en la puerta como también estaba en la puerta de cada hogar, y la puerta es Cristo, la Sangre del Cordero de Dios, vean, la tiene la puerta, que es Cristo.

Por eso Cristo dijo: "Yo soy la puerta; el que por mí­ entrare, será salvo." (Eso está en San Juan, capí­tulo 10, verso 9).

Y ahora, podemos ver que hay un programa de redención, de adopción para todos los escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero; y por consiguiente no estamos en esta Tierra por mera casualidad, sino por causa de un Programa Divino, para lo cual Dios nos envió a esta Tierra; y debemos cumplir los dí­as que Él ha asignado para cada uno de nosotros, y aprovechar este tiempo para entrar al programa de redención y Vida eterna, y obtener la adopción espiritual que es recibir el Espí­ritu de Cristo; y así­ obtener un cuerpo angelical de la dimensión de los ángeles, de la sexta dimensión, porque el espí­ritu que recibimos al nacer fue un espí­ritu de la quinta dimensión, de la dimensión del reino de las tinieblas, en el cual hemos nacido fí­sicamente. Por eso Cristo dijo a Nicodemo:

"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios."

Así­ como para ver este reino terrenal en donde hay árboles, rí­os, mares, peces, aves, animales y personas, para poderlo ver tuvimos que nacer; y para ver el Reino de Dios hay que nacer de nuevo, hay que nacer en el Reino que queremos ver. Y por medio del nuevo nacimiento es que podemos ver el Reino de Dios, nacer en el Reino de Dios. También le dijo:

"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espí­ritu, no puede entrar en el reino de Dios."

Todos quieren entrar el Reino de Dios, para lo cual todos necesitan saber cómo entrar al Reino de Dios. Por eso es que Cristo ordenó a Sus discí­pulos:

"Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.

El que creyere y fuere bautizado (dice Cristo), será salvo; mas el que no creyere, será condenado." (San Marcos, capí­tulo 16, verso 15 al 16; y la cita anterior fue San Juan, capí­tulo 3, verso 1 al 6).

Todos queremos vivir eternamente; y la muestra de que todos queremos vivir eternamente es que todos luchamos por esta vida; y si luchamos por esta vida que es temporal, cuánto más la Vida eterna. Si amamos esta vida, cuánto más la Vida eterna.

Y ahora, hemos visto que se requiere nacer de nuevo. Para nacer en esta Tierra: un hombre y una mujer, descendientes del primer Adán, por consiguiente hubo también un hombre y una mujer allá: Adán y Eva. Y todos sus descendientes nacen en esta Tierra, pero quedan como los hebreos que nací­an en Egipto, nací­an como esclavos, y así­ nacen en esta Tierra todos los seres humanos como esclavos en el reino de las tinieblas.

Pero ahora se requiere un nuevo nacimiento, para lo cual se requiere un hombre y una mujer: un segundo Adán y una segunda Eva; el segundo Adán es Cristo y la segunda Eva es la Iglesia del Señor Jesucristo.

En esa unión, esa relación espiritual de Cristo y Su Iglesia, a través de las diferentes edades por medio de Su Espí­ritu Él ha estado produciendo, engendrando y produciendo hijos e hijas de Dios. Así­ como Dios le dio a Adán una compañera para reproducirse en muchos hijos e hijas de Dios, Dios le ha dado a Cristo una compañera, que es Su Iglesia, es Su ayuda idónea. Por eso Cristo es la cabeza de Su Iglesia, y la Iglesia es Su cuerpo, es el Cuerpo Mí­stico de Cristo.

Todos los que nacen en el Reino Dios, nacen por medio del nuevo nacimiento; y por consiguiente nacen por medio de Cristo y Su Iglesia; o sea, que una persona no puede nacer de nuevo en otra forma, tiene que nacer por medio de la unión de Cristo y Su Iglesia, así­ como no puede nacer, no pueden nacer granos de trigo en otra planta que no sea de trigo. Y no pueden nacer hijos e hijas de Dios en el Reino de Dios, en el Reino de Cristo, a menos que sea por medio de Cristo y Su Iglesia. En palabras más claras: los hijos e hijas de Dios, las personas que nacen de nuevo, nacen en la Iglesia del Señor Jesucristo. Es ella la que está y tiene de parte de Dios por medio de Cristo el programa de redención y Vida eterna.

Y ahora, al recibir a Cristo como Salvador, ser bautizados en agua en Su Nombre y luego recibir Su Espí­ritu Santo, el Espí­ritu de Cristo, por lo cual son identificadas esas personas como hijos e hijas de Dios... aquí­ San Pablo lo explica, en Gálatas, capí­tulo 4, verso 1 al 6, el verso 6 y 7 dice:

"Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espí­ritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!"

"Abba" significa "Padre." Vean aquí­:

"Así­ que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo."

Y ahora, por cuanto somos hijos e hijas de Dios, Dios envió el Espí­ritu de Su hijo Jesucristo, y por consiguiente, ha producido el nuevo nacimiento y cada creyente en Cristo nacido de nuevo ha obtenido un cuerpo angelical: ése es el ángel de cada persona, el ángel que lo cuida, que lo defiende.

Cuando Pedro estuvo en la cárcel durante la noche, en donde él estaba con una guardia, él encadenado a ellos para que no se fuera, vino el ángel del Señor y lo libertó, las cadenas se cayeron, el ángel le dijo: "Sí­gueme." Pedro lo siguió y creí­a que era una visión; y cuando el ángel lo dejó allí­ en medio de la calle, se dio cuenta que era realidad, se fue a la casa donde estaban orando por él, toca la puerta y una joven llamada Rode va a abrir la puerta y cuando escucha que es Pedro, de gozo no abrió la puerta, sino que regresa a las personas que estaban dentro de la casa y les dice: "¡Es Pedro!" Ellos le dicen: "Rode, estás loca, ¡es su ángel!" [Hechos 12:6-15].

Ellos tení­an conocimiento de que cada persona creyente en Cristo tení­a su ángel: ése es su cuerpo angelical, ése es el espí­ritu de cada persona, un espí­ritu es un cuerpo de otra dimensión. Por eso en algunas ocasiones cuando Jesús aparecí­a ya resucitado, creí­an que era un espí­ritu, pero era Jesucristo ya con Su cuerpo glorificado.

Y ahora, cada hijo e hija de Dios tiene un cuerpo angelical de la dimensión de los ángeles, de la sexta dimensión, de la dimensión del Paraí­so. Por eso es que si muere la persona, sigue viviendo en el otro cuerpo, el cuerpo angelical. Los santos no mueren, sino que duermen; el cuerpo fí­sico muere (eso se le llama dormir), y en la resurrección despertará en otro cuerpo: un cuerpo glorificado.

Y ahora, ya han obtenido la redención espiritual los hijos e hijas de Dios, al obtener el nuevo nacimiento. Ha ocurrido una transformación interior, un cuerpo angelical ya tienen, y por consiguiente ya tienen Vida eterna porque ese cuerpo es eterno. Pero nos falta la Vida eterna fí­sica, por eso es que nos pasan los años y se van notando los años a medida que van saliendo las arrugas; y esas marcas de expresión se notan algunas veces de muy lejos, y también los cabellos se van poniendo blancos; pero no tenemos porqué preocuparnos, porque Cristo ya desde antes de la fundación del mundo diseñó un cuerpo eterno, inmortal, incorruptible y glorificado y joven para cada uno de Sus hijos.

Y Él lo dará a cada creyente en Él nacido de nuevo, a los que han muerto fí­sicamente los resucitará en ese cuerpo eterno, y a los que estén vivos en ese momento los trasformará; y eso es la adopción del cuerpo, la redención del cuerpo, esa es la adopción de la cual habla San Pablo, cuando dice:

"Y no contristéis al Espí­ritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el dí­a de la redención (para el dí­a de la adopción)." [Efesios 4:30].

Porque la redención del cuerpo será la adopción de cada hijo e hija de Dios en un cuerpo eterno, y entonces ya no nos pondremos viejos, ya no nos cansaremos, ya no tendremos problemas, o sea, todo habrá terminado con la coronación de la Vida eterna fí­sica para cada creyente en Cristo.

El dí­a de la adopción, o tiempo de la adopción. Y la adopción, vean, la adopción es la redención del cuerpo: transformación para los que estén vivos y resurrección en cuerpos eternos para los que ya partieron, pero que son creyentes en Cristo nacidos de nuevo.

Y el dí­a de la adopción, porque para todo hay tiempo: tiempo para sembrar y tiempo para cosechar, tiempo para nacer y tiempo para morir. Y vamos a colocar el otro tiempo: y tiempo para resucitar, para los creyentes en Cristo.

Y ahora, en San Lucas (la Escritura que leí­mos al principio) Jesús nos habla diciéndonos... San Lucas, capí­tulo 21 [verso 28], dice:

"Cuando estas cosas comiencen (o sea, desde el comienzo de estas señales)..."

"Cuando estas cosas comiencen a suceder..."

Todas esas cosas que Él dijo que estarí­an aconteciendo: señales en el sol, la luna, las estrellas, en la Tierra angustia de las gentes confundidas a causa del bramido del mar y de las olas, o sea, a causa de los maremotos y de los tsunamis; y también a causa de las cosas que sobrevendrán sobre la Tierra: terremotos, volcanes en erupción, y también a causa del calentamiento global que está derritiendo los polos y las consecuencias serán que subirá el nivel de los mares, y por consiguiente, las costas tendrán graves problemas.

Siempre el mar va a tratar de moverse hacia las costas, ganar terreno, y han transcurrido muchos años en que muchas naciones han estado diciendo: "Le hemos estado ganando terreno al mar." Pero ahora le toca al mar ganarle terreno a las naciones. Y el terreno que les ganará, la mayor parte será las costas. Dice la Escritura: "Daré el pago a los de las costas." [Isaí­as 59:18].

También en Job, Dios hablándole a Job, le dice en el capí­tulo 38, verso 22 en adelante, dice:

"¿Has entrado tú en los tesoros de la nieve,

O has visto los tesoros del granizo

Que tengo reservados para el tiempo de angustia,

Para el dí­a de la guerra y de la batalla?"

Ahora, miren, habrá o sucederá algo con la nieve y el granizo, ¿en qué tiempo? En el tiempo de la angustia, o sea, en el tiempo de la gran tribulación que es también llamado "la angustia de Jacob," en donde los juicios divinos van a cer sobre la raza humana, y dice:

"... Para el dí­a de la guerra y de la batalla."

El tiempo final, en donde habrá una tercera guerra mundial que será atómica, y por consiguiente, va a afectar la nieve y el granizo; o sea, va a haber una manifestación de la nieve y del granizo, lo cual lo encontramos también en el libro del Apocalipsis. Estamos hablando de bendiciones y también de los juicios divinos para aquellos que no han aprovechado el tiempo para recibir las bendiciones de Dios. Miren, aquí­ en el capí­tulo *16, verso 17 al 21, dice:

"El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está.

Entonces hubo relámpagos y voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra.

Y la gran ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira.

Y toda isla huyó..."

Esta es una profecí­a en la cual las islas están señaladas como lugares que han de desaparecer.

"Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados.

Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento (ahí­ tiene en el Apocalipsis, el granizo del cual le estaba hablando Dios a Job, miles de años atrás); y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande."

En el capí­tulo 6 también del Apocalipsis, nos habla acerca de esto que estará sucediendo y nos dice, capí­tulo 6, verso 12 en adelante:

"Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí­ hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre;

y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento.

Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar.

Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes;

y decí­an a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero;

porque el gran dí­a de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?"

El gran dí­a de la ira es la gran tribulación que consta de tres años y medio, y que son los últimos tres años y medio de las setenta semanas de Daniel, o sea, los últimos tres años y medio de la semana número setenta; de esa semana ya tres años se cumplieron en el ministerio de Cristo, y faltan tres años y medio, que corresponden al tiempo de la ira de Dios que vendrá sobra la Tierra.

También encontramos sobre este tema del granizo, en Apocalipsis, capí­tulo 11; ahí­ encontramos en el capí­tulo 11, verso 15 al 19, esto será luego del sonido de la séptima Trompeta:

"El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decí­an: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.

Y los veinticuatro ancianos (los cuales son los doce patriarcas hijos de Jacob y los doce apóstoles)..." Dice:

"Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios,

diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado.

Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.

Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veí­a en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo."

El Trono de Dios en el Cielo para ese momento, ya no será Trono de misericordia, no será Trono de Intercesión, porque ya Cristo, el cual está todaví­a como Sumo Sacerdote intercediendo, y por consiguiente ese Trono de Dios es un Trono de misericordia; pero cuando haya entrado al redil del Señor hasta la última oveja del Padre dada a Cristo para que la busque y le dé salvación y Vida eterna, cuando haya entrado hasta el último escogido, ya Cristo terminará Su labor de intercesor y entonces será el León de la Tribu de Judá, el Rey de reyes y Señor de señores y el Juez de toda la Tierra.

Y ya en el Trono donde está la Sangre de Cristo, ya no habrá Sangre porque ya habrá terminado la obra de intercesión, ya será un Trono de juicio; Él estará como Juez para juzgar a toda la Tierra, juzgará a todas las naciones; y dará el pago a los que destruyen la Tierra: destruir a los que destruyen la Tierra.

El calentamiento global ha sido por causa del mal uso de las riquezas de la Tierra, el mal uso que le han dado al petróleo y a otros productos de la Tierra, y han contaminado el planeta Tierra. La naturaleza está con dolores de parto para dar a luz un nuevo mundo para gente que no va a destruir el planeta Tierra.

Habrá un cambio en la Tierra. En las naciones encontramos que en el tiempo de polí­tica, algunos polí­ticos dicen: "Necesitamos un cambio," y entonces proclaman que su partido es el partido de cambio. Algunas veces sí­ logran un cambio, otras veces el cambio, lo logran pero no es favorable. Pero en el Programa Divino habrá un tiempo de cambio, un tiempo de cambio favorable para el Reino de Dios y para todos los hijos de Dios, y ese tiempo de cambio es el Dí­a de Redención.

El dí­a en que vamos a ser cambiados de mortales a inmortales, de cuerpos que se ponen viejos a cuerpos que permanecerán jóvenes por toda la eternidad; y entonces seremos inmortales fí­sicamente, igual a Jesucristo. Ya somos inmortales interiormente, nuestra alma tiene Vida eterna, y tenemos un cuerpo angelical también con Vida eterna; solamente nos falta una tercera parte: el cuerpo fí­sico, y ese está seguro.

Durante toda la historia del Cristianismo los ministros han predicado acerca de esa transformación que está prometida para los creyentes en Cristo, una resurrección para los muertos en Cristo en cuerpos glorificados, en cuerpos inmortales, incorruptibles, y una transformación para los que estén vivos en ese tiempo.

¿Y por qué no se ha llevado a cabo todaví­a? Porque hasta que no reciba esa transformación interior, espiritual, hasta el último escrito en el Cielo, en el libro de la Vida del Cordero, no puede venir la otra parte de la redención: la redención fí­sica, la redención del cuerpo, lo cual será la adopción de los hijos de Dios como hijos de Dios con Vida eterna, con cuerpos eternos y glorificados, como Jesucristo nuestro Salvador; y por cuanto para todo hay tiempo, vean ustedes, podemos ver que para Adán aparecer en la Tierra en un cuerpo fí­sico, estaba señalado un tiempo. Pero antes de eso, se estaba en otro tiempo en donde él estaba en un cuerpo angelical antes de venir en el cuerpo fí­sico.

Y ahora, los creyentes en Cristo han estado recibiendo el cuerpo angelical antes de recibir el cuerpo fí­sico glorificado, así­ como Cristo también tení­a Su cuerpo angelical antes de venir a la Tierra en un cuerpo fí­sico que nació a través de la virgen Marí­a; y también antes de tener el cuerpo fí­sico glorificado.

Y ahora, se está acercando ese momento de la adopción, de la redención del cuerpo. ¿Por qué? Cristo dijo: "Cuando ustedes vean estas cosas suceder, vuestra redención está cerca." Por las señales en los Cielos y en la Tierra sabemos que está cerca nuestra redención, la adopción: la redención del cuerpo.

En los dí­as de Jesús, Cristo estaba muy molesto con las personas de aquel tiempo y con los lí­deres religiosos, y les dice: "Ustedes pueden mirar al Cielo y conocer las señales que hay en el Cielo y decir: 'Habrá..." Dice [San Mateo 16:2-3]:

"Cuando anochece, decí­s: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles.

Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!"

Y ahora, así­ como se puede distinguir en el Cielo si va a llover o no va a llover, porque usted ve las señales ahí­ en el cielo, ve las nubes de agua, las nubes... porque hay nubes que no tienen agua, y usted dice: "No va a llover, esas son nubes sin agua."

Pero cuando usted ve esas nubes oscuras, esas nubes cargadas de agua, usted dice: "Va a llover." Y si otra persona dice: "No, no va a llover." Y se va sin paraguas, o sin capa, o sin protección, cuando regresa va a decir: "Llovió y me mojé."

Y ahora, así­ como hay señales en la parte... para las cosas fí­sicas, hay señales para las cosas espirituales de Dios. Hay señales que indican el Programa Divino, hay señales en el sol, en la luna, en las estrellas y también en la Tierra; y Cristo enumeró en el Evangelio según San Lucas, en el Evangelio según San Juan, en el Evangelio según San Marcos y en el Evangelio según San Mateo, las señales que iban a anteceder el tiempo de la redención, de la resurrección de los muertos en Cristo y la transformación de los que estarán vivos, lo cual será la adopción, la redención fí­sica de los hijos e hijas de Dios.

Toda persona puede decir: "He estado viendo esas señales que Cristo dijo que estarí­an sucediendo." Por lo tanto, nuestra redención está cerca, yo la estoy esperando, y espero que sea muy pronto. Yo espero no estar con muchos años cuando llegue mi transformación.

Ahora, se requiere la fe para ser transformados y raptados; para recibir la transformación fí­sica se requiere tener la fe, la revelación para obtener esa redención, esa adopción. Así­ como para recibir la adopción espiritual, la redención espiritual, esa transformación interior, se necesita tener fe: la fe de Cristo, la cual es proclamada en la predicación del Evangelio de Cristo, el cual gira alrededor de la primera Venida de Cristo y Su muerte en la Cruz de Calvario como el Sacrificio de Expiación por nuestros pecados, para que así­ nazca la fe que se necesita para obtener esa redención espiritual.

Y la persona al escuchar nace la fe de Cristo en su alma, porque la fe viene por el oí­r la Palabra de Dios: el Evangelio de Cristo. "Y con el corazón se cree para justicia," porque el sentido del alma, del corazón es el libre albedrí­o, para creer o para dudar. Y cuando escucha el Evangelio de Cristo, nace la fe de Cristo en el alma y cree; y entonces, con la boca se hace confesión o se confiesa para salvación. ¿Ve? La fe viene por el oí­r la Palabra, "con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación;"[Romanos 10:10] y así­ se la da la oportunidad a las personas que pasen al frente y den testimonio público de su fe en Cristo, confesando a Cristo como su único y suficiente Salvador para salvación.

Cristo dijo: "El que me confesare delante de los hombres, Yo lo confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos." Y también dijo: "Pero que el me negare delante de los hombres, Yo le negaré delante de mi Padre que está en los Cielos." (San Mateo, capí­tulo 10, versos 32 al 34). Y también dice en el capí­tulo 8, verso 38 de San Marcos: "El que se avergonzare..." Vamos a leerlo aquí­, capí­tulo 8 de San Marcos (para que lo tengan), verso 36 en adelante, dice:

"Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?

¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?

Porque el que se avergonzare de mí­ y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles."

O sea, que si le negamos, Él se va a avergonzar de nosotros y nos va a negar, pero si le confesamos y no nos avergonzamos, si le confesamos como nuestro único y suficiente Salvador recibiéndolo, Él nos confesará delante de nuestro Padre Celestial.

Por lo tanto, para la redención espiritual y esa transformación interior, vean ustedes, se requiere tener la fe para esa transformación y salvación: la fe de Cristo. La fe que gira alrededor de la primera Venida de Cristo y Su Obra de redención en la Cruz del Calvario; y para la transformación fí­sica se necesita la fe de Cristo, la fe, la revelación de la segunda Venida de Cristo. Tan simple como eso.

Y los que van a ser transformados, van a tener esa revelación, esa es la fe, la revelación para ser transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero. Estarán escuchando la gran Voz de Trompeta, el Evangelio del Reino, que gira alrededor de todo ese misterio de la segunda Venida de Cristo como Rey de reyes y Señor de señores; y por consiguiente, el Evangelio del Reino es la Lluvia Tardí­a que estará cayendo juntamente con la Lluvia Temprana, o sea, con el Evangelio de la Gracia, también estará viniendo el Evangelio del Reino.

Pero los escogidos sabrán hacer la diferencia de lo que es el Evangelio del Reino y lo que es el Evangelio de la Gracia. Y podrán decir en algunos momentos: "Eso que está siendo hablado es del Evangelio del Reino, esto otro que está siendo hablado pertenece al Evangelio de la Gracia." Ellos tendrán ese conocimiento, conocerán ambas lluvias: la temprana y la tardí­a, que estará cayendo a la misma vez en el Dí­a Postrero; o sea, que se estará predicando a la misma vez el Evangelio de la Gracia y el Evangelio del Reino.

Y ahora, el tiempo de y para la adopción. Siendo que Cristo dijo en San Juan, capí­tulo 6, verso 39 y 40:

"Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el dí­a postrero."

Ahí­ tenemos el tiempo para la adopción, la redención del cuerpo: el Dí­a Postrero. ¿Ve qué simple es? Vamos a ver, el próximo verso dice:

"Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el dí­a postrero."

¿Para quién es la resurrección? Para los creyentes en Cristo.

Luego, en el capí­tulo 11 del Evangelio según San Juan, verso 22 en adelante, es una conversación de Marta, la hermana de Lázaro el que habí­a muerto, y Jesús. Y le habí­an avisado a Jesús que Lázaro estaba enfermo, pero no vino cuando estaba enfermo; y ahora llega cuando ya habí­a muerto, y ya llevaba cuatro dí­as de haber muerto. Pero Marta, aunque reclamó (hizo un reclamo), pero en forma bonita, mostrando su fe. Dice:

"Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí­, mi hermano no habrí­a muerto."

Le está reclamando ahí­ que le habí­an avisado y no habí­a venido; y si Él hubiese venido, Lázaro estarí­a vivo. Está mostrando ahí­ ella, que ella creí­a y sabí­a que Jesús tení­a el poder para sanar, para evitar la muerte de Lázaro.

"Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará."

No dice que está pidiéndole que lo resucite, porque más adelante ella lo manifiesta, pero está diciéndole que aun con todo y lo que ha pasado, y que no vino a tiempo, con todo y eso todo lo que Él pida a Dios, Dios se lo va a conceder.

"Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.

Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el dí­a postrero."

O sea, Jesús habí­a hablado de la resurrección (vimos en el capí­tulo 6 de San Juan), Marta tení­a el conocimiento de que la resurrección serí­a en el Dí­a Postrero. Por lo tanto, ella sabe esa enseñanza, la conoce; y ella piensa que tiene que esperar que llegue el Dí­a Postrero para ver nuevamente a Lázaro.

"Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí­, aunque esté muerto, vivirá.

Y todo aquel que vive y cree en mí­, no morirá eternamente. ¿Crees esto?

Le dijo: Sí­, Señor..."

¿Y quién más contesta esa pregunta de Cristo? Yo también: ¡Sí­, Señor! Yo lo creo con toda mi alma. ¿Y quién más? Ustedes también.

"...yo he creí­do que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo."

Luego... yo les dije que Marta no estaba creyendo y esperando que Jesús resucitara a Lázaro en ese tiempo, aunque le dijo que ella sabí­a que todo lo que Jesús le pidiera al Padre, a Dios, Dios se lo darí­a. En el verso 38 de este mismo capí­tulo 11 tenemos algo aquí­ importante:

"Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tení­a una piedra puesta encima.

Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que habí­a muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro dí­as (no pierdan de vista el cuarto dí­a).

Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?

Entonces quitaron la piedra de donde habí­a sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oí­do.

Yo sabí­a que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.

Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz..."

"Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz," o sea, eso fue un grito:

"... ¡Lázaro, ven fuera! (¿y qué pasó?).

Y el que habí­a muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir."

Fue simple para Jesús, porque tení­a la Palabra creadora y todo lo que Él hablara se harí­a realidad; y Él mismo es el que ha dicho que Él va a resucitar a todos los creyentes en Él que hayan muerto, los resucitará en el Dí­a Postrero; y a los que estén vivos creyentes en Él nacidos de nuevo, los va a transformar. Él allí­ está mostrando que Él es la resurrección y la vida, y que Él va a resucitar a todos los creyentes en Él, y a transformar a los que estén vivos en el Dí­a Postrero.

Y ahora, Lázaro es el tipo y figura de todos los creyentes en Cristo que van a ser resucitados. Lázaro, el amigo amado de Cristo, un buen amigo de Cristo.

Y ahora, fue el dí­a cuarto, el cuarto dí­a, Él dejó que llegara hasta ese tiempo la situación. Es que por cuanto esa resurrección de Lázaro es tipo y figura de la resurrección de los muertos en Cristo, tení­a que cuadrar con el tiempo en que Cristo va a resucitar todos los creyentes en Él que han muerto.

¿Y cómo vamos a identificar ese cuarto dí­a? Sencillo. En las etapas de la restauración de la Iglesia tenemos la edad luterana: primer dí­a, la edad wesleyana: segundo dí­a, la edad pentecostal: tercer dí­a; y la Edad de la Piedra Angular: cuarto dí­a.

Pero también está dicho por Cristo que será en el Dí­a Postrero. ¿Cómo vamos a encontrar el Dí­a Postrero? A través del tiempo han transcurrido ya seis mil años, de acuerdo al calendario gregoriano, de Adán hacia nuestro tiempo. San Pedro en el capí­tulo 3, verso 8 de Segunda de Pedro, dice:

"...para con el Señor un dí­a es como mil años, y mil años como un dí­a."

Y en el Salmo 90, verso 4, también nos habla de lo mismo, que es de donde San Pedro tomó esa Palabra. Un dí­a para Dios son mil años para los seres humanos, y seis mil años, que son seis milenios, son para Dios seis dí­as. Y ya en los dí­as de Jesucristo dice la Escritura (dice San Pedro y San Pablo), que "Dios habló por medio de Jesucristo (dice Pablo) en estos postreros dí­as." (Hebreos, capí­tulo 1, verso 1 al 3).

Los postreros dí­as habí­an comenzado en el tiempo de Jesús cuando todaví­a era un niñito; porque delante del Señor los dí­as postreros son los milenios postreros, los cuales son quinto, sexto y séptimo milenio; son esos los tres dí­as postreros que proféticamente señalan los tres milenios postreros.

En el libro de los Hechos, capí­tulo 2, versos 14 en adelante, también Pedro habla de los dí­as postreros en los cuales "Dios derramarí­a de Su Espí­ritu sobre toda carne." Y ya estaba derramando de Su Espí­ritu allí­ en el tiempo de los apóstoles, los cuales estaban viviendo en el quinto milenio, de Adán hacia aquel tiempo.

Cuando se habla de los dí­as postreros, se está hablando de los milenios postreros que comenzaron en los dí­as de Jesús. Cuando se habla del Dí­a Postrero, se está hablando del séptimo milenio de Adán hacia acá, que conforme al calendario gregoriano ya tiene ocho años de haber comenzado. Si lo buscamos conforme al calendario de los hebreos o judí­os, ya cambia la fecha, pero se refiere el Dí­a Postrero, al séptimo milenio de Adán hacia acá.

Ese es el milenio séptimo, y por consiguiente es el milenio sabático, es el sábado milenial representado en el sábado de la semana.

Cristo dijo: "El Señor es Señor del sábado." [San Mateo 12:8; San Marcos 2:28; San Lucas 6:5]. Por lo tanto, el séptimo milenio representado en el dí­a sábado, será también de descanso para la Tierra, de reposo para la Tierra, de paz y tiempo para servir a Dios como se acostumbra en medio del Judaí­smo. El sábado es el dí­a de reposo que se guarda para Dios para dedicarlo a adorar a Dios, a estudiar Su Palabra, y a no estar trabajando en los trabajos comunes o seculares.

Y el milenio sabático, que es el séptimo milenio de Adán hacia acá, será para el Reino del Mesí­as, el Señor será Señor: Rey de ese séptimo milenio, donde establecerá Su Reino.

Ese es el Dí­a Postrero donde ocurrirá la resurrección de los muertos en Cristo y la transformación de nosotros los que vivimos. Conforme al calendario gregoriano ya comenzó, y estamos esperando nuestra transformación, y estamos esperando los muertos en Cristo que regresen a la Tierra en cuerpos glorificados; pero no sabemos en qué año ha de suceder.

Mientras tanto, continuamos trabajando en la Obra de Cristo, sirviéndole a Cristo y trabajando en nuestros trabajos terrenales, y llevando los alimentos al hogar, mandando los niños a la escuela y a la Universidad (los que ya están de estudiar en la Universidad), en la parte terrenal todo debe continuar. Pero nuestra alma despierta: vigilando, velando por la Venida del Señor, velando por ese momento de adopción, de transformación; ese momento de redención fí­sica, que será la resurrección de los muertos en Cristo y la transformación de nosotros los que vivimos.

Hemos identificado lo que es la adopción, la redención del cuerpo. Hemos identificado también el dí­a, el tiempo: el tiempo como edad es la Edad de la Piedra Angular; el tiempo como milenio es el séptimo milenio; y ahora, hemos identificado los que han de ser resucitados: los muertos en Cristo nacidos de nuevo. Y nos falta identificar los vivos que van a ser transformados, ¿quiénes son? [El auditorio responde: "¡Amén!"].

Hemos visto las señales en los Cielos y en la Tierra que indican que nuestra redención está cerca.

Y yo la estoy esperando y no puedo esperar por otra persona, cada persona tiene que ocuparse de sí­ misma, de estar preparado para su redención fí­sica, para su transformación. Es responsabilidad personal estar preparado, porque cada persona tiene libre albedrí­o. No puede esperar que lo estén presionando, apurando, obligando. No, cada persona debe escuchar la predicación del Evangelio y comprender que estamos muy cerca de nuestra adopción, de nuestra redención fí­sica, de nuestra transformación; y debe estar listo, preparado. Por eso dice: "Levantad vuestras cabezas." O sea, "erguí­os y levantad vuestra cabeza." O sea, a las cosas de Dios, al programa de Dios, escuchando la Palabra de Dios y esperando el cumplimiento de lo que Dios ha prometido.

Hemos identificado lo que es la adopción: la redención del cuerpo. Hemos identificado el dí­a: el dí­a cuarto, la Edad de la Piedra Angular, la edad cuarta de las etapas o edades de la restauración de la Iglesia, que comenzaron con la edad luterana, continuaron con la edad wesleyana, siguieron con la edad pentecostal; y ahora nos encontramos en la Edad de la Piedra Angular, la Edad para nuestra adopción. Y el tiempo, en cuanto a años, es el séptimo milenio, o sea, tenemos todo identificado.

Y ahora, la gran Voz de Trompeta o Trompeta final, porque será a la final Trompeta, el mensaje de Dios para el Dí­a Postrero, para la Edad de la Piedra Angular y para la Dispensación del Reino, que contiene el Evangelio de la Gracia y el Evangelio del Reino: Lluvia Temprana y Lluvia Tardí­a viniendo a la Iglesia del Señor a la misma vez.

Hemos identificado también la Trompeta final o gran Voz de Trompeta, y después sigan ustedes buscando porque a través de la Escritura encontrarán que habrá un ángel tocando la séptima Trompeta, esa gran Voz de Trompeta, y el pueblo estará escuchando ese mensaje final. Y cuando descubran quién es la persona, ustedes habrán descubierto quién es el ángel del Señor Jesucristo.

Y por consiguiente estarán conscientes de que estarán escuchando la gran Voz de Trompeta, el mensaje final de Dios, el mensaje para la Dispensación del Reino entrelazándose con el mensaje de la Dispensación de la Gracia; y por consiguiente estarán conscientes que estarán viviendo en la Edad de la Piedra Angular, la edad para la resurrección de los muertos en Cristo y la transformación de los vivos; y también que estarán ya en ese séptimo milenio que estará siendo introducido, estarán en la introducción del milenio en que Cristo establecerá Su Reino en la Tierra. Por lo tanto, estarán en la introducción del Reino del Mesí­as también.

Todo eso corresponde a este tiempo, en la Edad que tiene todas esas promesas; y habrá un pueblo en esa Edad que estará esperando el cumplimiento de la transformación que Dios ha prometido, y yo soy uno de ellos.

Todaví­a hay personas que tienen sus nombres escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, y todaví­a no han recibido a Cristo como Salvador; pero por medio de la predicación del Evangelio de Cristo, nace la fe de Cristo en su alma, creen y dan testimonio público de su fe en Cristo recibiéndolo como su único y suficiente Salvador. Para obtener la transformación interior y luego esperar también la transformación fí­sica que está prometida.

Si hay alguna persona que todaví­a no ha recibido a Cristo como Salvador y al escuchar nació la fe de Cristo en su alma, puede dar testimonio público de su fe en Cristo recibiéndolo como su único y suficiente Salvador, para lo cual puede pasar acá al frente y estaremos orando por usted para que Cristo le reciba en Su Reino, le perdone y con Su Sangre le limpie de todo pecado, y le bautice con Espí­ritu Santo y Fuego luego que sea bautizado en agua en Su Nombre.

Es un asunto de Vida eterna recibir a Cristo como único y suficiente Salvador. Cristo dijo: "Mis ovejas oyen mi Voz, y me siguen, y yo las conozco; y yo les doy Vida eterna." [San Juan 10:27-30]. Se predica el Evangelio de Cristo, que es la Voz de Cristo, para que las personas oigan y reciban a Cristo, y Cristo les dé la Vida eterna.

Cristo es la persona más importante que ha pisado este planeta Tierra. Él dijo: "Abraham vuestro padre deseo ver vuestro dí­a, lo vio, y se gozó." Le dicen los judí­os: "Aún no tienes cincuenta años, ¿y dices que has visto a Abraham?" Cristo les dice: "Antes que Abraham fuese, Yo soy."

¿Cómo era Cristo antes que Abraham? Eso esta en San Juan, capí­tulo 8, verso 56 al 58. ¿Cómo era Cristo antes de Abraham? Cristo era nada menos que el Ángel del Pacto, el Ángel de Dios, ese Ángel que le aparecí­a a los profetas del Antiguo testamento, ese Ángel a través del cual Dios estaba manifestándose y hablándole a Adán y a Abel, y también a Set, también a los demás profetas como Enoc, también a Noé. El que le mandó a hacer el arca a Noé fue Cristo en Su cuerpo angelical. En quien estaba Dios, porque Dios estaba, está y estará eternamente en Cristo.

Ese Ángel es el cuerpo angelical de Dios, y por consiguiente ese es Cristo en Su cuerpo angelical. Por eso es llamado el Ángel del Pacto, el Ángel de Dios, es llamado también "el Verbo que era con Dios y era Dios." Y dice: "Y aquel Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros." (San Juan, capí­tulo 1, verso 14).

También dice: "Por Él fueron hechas todas las cosas." Todas las cosas fueron hechas por Cristo; o sea, Dios a través de ese cuerpo angelical, que es Cristo, obró toda la creación. Recibir a Cristo es recibir al Rey del Universo, Él es el Rey de reyes y Señor de señores.

¿Cómo se sentirí­a usted si le llega la noticia que el presidente de su nación va y desea visitarlo a usted? Se sentirí­a usted muy honrado, muy contento, y le darí­a la bienvenida. Pues el Rey de los Cielos y de la Tierra quiere visitarlo a usted acá en su alma, en su corazón, para lo cual le damos la bienvenida y lo recibimos como nuestro único y suficiente Salvador.

Dios tiene mucho pueblo todaví­a en este planeta Tierra, y los está llamando para colocarlos en Su Reino eterno con Vida eterna. Es para recibir la Vida eterna que recibimos a Cristo como nuestro único y suficiente Salvador. Ninguna otra persona nos puede dar la Vida eterna, Jesucristo tiene la exclusividad de la Vida eterna.

Dice la Escritura que Dios nos ha dado Vida eterna, y esta Vida está en Su Hijo, o sea, en Jesucristo. El que tiene al Hijo, o sea, a Jesucristo, tiene la Vida, la Vida eterna. Mas el que no tiene al Hijo, no tiene la Vida eterna; lo que tiene es una vida temporal que se le va a terminar y ni siquiera sabe cuándo se le va a acabar la vida terrenal.

Tenemos que asegurar nuestro futuro eterno con Cristo en Su Reino eterno, para vivir con Él por toda la eternidad. Ese es el propósito por el cual hemos nacido en este planeta Tierra. En Primera de Pedro, capí­tulo 1, verso 2, dice que "hemos sido elegidos para obedecer," ¿para obedecer qué? El Evangelio de Cristo, la Palabra de Dios, "y ser rociados con la Sangre de Jesucristo:" para ese propósito yo nací­ en este planeta Tierra, para así­ obtener la salvación y Vida eterna.

¿Y quién más nació en este planeta Tierra para ese propósito? Cada uno de ustedes también. Tenemos que saber porqué hemos aparecido en este planeta Tierra.

¿Qué hizo usted para venir a esta Tierra? Usted no hizo nada, usted apareció, usted nació. Hay un propósito divino: el que escuchemos la predicación del Evangelio de Cristo, creamos y lo recibamos como nuestro Salvador para Él darnos la Vida eterna. " Mis ovejas oyen mi Voz y me siguen, y yo les doy Vida eterna."

Todaví­a continúan viniendo más personas a los Pies de Cristo por lo cual vamos a esperar unos segundos más. El amor de Dios hacia el ser humano es inmenso. Y la demostración del amor de Dios hacia el ser humano es que "de tal manera amó Dios al mundo que ha dado Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él crea no se pierda, mas tenga Vida eterna." (San Juan, capí­tulo 3, verso 16). Y el apóstol Pablo en Romanos, capí­tulo 5, versos 6 al 10, dice que "el amor de Dios fue demostrado en que siendo aún pecadores Cristo murió por nosotros (o sea, por los pecadores), para reconciliarnos con Dios."

La única forma en que el ser humano puede ser reconciliado con Dios y ser restaurado a la Vida eterna es por medio de Cristo y Su Sacrificio expiatorio en la Cruz del Calvario. No hay otra forma.

Vamos a estar puestos de pie para orar por las personas que han venido a los Pies de Cristo y todaví­a los que faltan por venir, pueden continuar viniendo y los que están en otras naciones también pueden continuar viniendo a los Pies de Cristo.

Algún dí­a vamos a ver fí­sicamente a Cristo y le vamos a agradecer Su primera Venida y Su muerte en la Cruz del Calvario por cada uno de nosotros. Y le vamos a decir: "Gracias a que Tú viniste a la Tierra y moriste en la Cruz del Calvario, ahora yo puedo vivir eternamente." Le vamos a agradecer personalmente a Él Su Venida y Su muerte en la Cruz del Calvario.

Existe todaví­a la familia humana por una causa: porque Cristo vino y murió en la Cruz del Calvario; aquel dí­a en que El murió, era el dí­a en que la familia humana tení­a que ser destruida, era el dí­a del juicio divino sobre la raza humana. Pero Cristo tomó nuestros pecados, los de la familia humana, se hizo pecado por nosotros, y por consiguiente tuvo que morir.

Toda la familia humana tení­a que morir, pero Él al tomar nuestros pecados, entonces Él tuvo que morir, y lo hizo voluntariamente para que nosotros pudiéramos continuar viviendo y elegir la Vida eterna.

En las demás naciones todaví­a pueden continuar viniendo a los Pies de Cristo. Vamos a pedirle a los que están en las computadoras y en las cámaras que nos indiquen cuando ya estén listos en las demás naciones. Allá en Colombia, en Chile, en Brasil, en México, en Venezuela y demás paí­ses pueden dar un avisito (si pueden) para decir si ya están listos también para orar por las personas que han venido en sus paí­ses también.

Vamos a levantar nuestras manos al Cielo, a Cristo, y con nuestros ojos cerrados los que han venido a los Pies de Cristo repitan conmigo esta oración:

Señor Jesucristo, escuché la predicación de Tu Evangelio y nació Tu fe en mi corazón; creo en Ti con toda mi alma, creo en Tu primera Venida, creo que Tú eres el Cristo, el Mesí­as, creo en Tu muerte en la Cruz del Calvario como el Sacrificio de Expiación por mis pecados y por los de todo ser humano; creo en Tu Nombre como el único Nombre bajo el Cielo dado a los hombres en que podemos ser salvos.

Reconozco que soy pecador y necesito un Salvador, doy testimonio público de mi fe en Ti y Te recibo como mi único y suficiente Salvador. Te ruego perdones mis pecados y con Tu Sangre me limpies de todo pecado y me bautices con Espí­ritu Santo y Fuego y produzcas en mí­ el nuevo nacimiento. Quiero nacer en Tu Reino, quiero nacer a la Vida eterna, quiero vivir eternamente Contigo en Tu Reino. Me rindo a Ti en alma, espí­ritu y cuerpo. Sálvame Señor, Te lo ruego en Tu Nombre eterno y glorioso, Señor Jesucristo. Amén y amén.

Y con nuestras manos levantadas al Cielo, a Cristo, todos decimos: ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! Amén y amén.

Cristo les ha recibido en Su Reino, ha perdonado vuestros pecados y con Su Sangre les ha limpiado de todo pecado, porque ustedes escucharon la predicación del Evangelio de Cristo y nació la fe de Cristo en vuestra alma; y han dado testimonio público de vuestra fe en Cristo recibiéndole como vuestro único y suficiente Salvador. Él dijo:

"Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.

El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado." [San Marcos 16:15-16].

Ustedes me dirán: "Escuché el Evangelio de Cristo siendo predicado, nació la fe de Cristo en mi alma, creí­, lo recibí­ como Salvador, ahora quiero ser bautizado en agua en el Nombre del Señor Jesucristo lo más pronto posible. ¿Cuándo me pueden bautizar?" Es la pregunta de lo profundo de vuestro corazón. Por cuanto ustedes han creí­do en Cristo de todo corazón, bien pueden ser bautizados. Y que Cristo los bautice con Espí­ritu Santo y Fuego, y produzca en ustedes el nuevo nacimiento.

El bautismo en agua es tipológico, es simbólico, el agua no quita los pecados; es la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo la que nos limpia de todo pecado.

El bautismo en agua es un mandamiento del Señor, el cual ha estado siendo obedecido por todos los ministros y todos los creyentes en Cristo. En el bautismo en agua la persona se identifica con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección. Estábamos en Él eternamente; y cuando la persona escucha la predicación del Evangelio de Cristo y recibe a Cristo como Salvador muere al mundo, y cuando el ministro lo sumerge en las aguas bautismales tipológicamente está siendo sepultada la persona; y cuando lo levanta de las aguas bautismales está resucitando a una nueva vida, a la Vida eterna con Cristo en Su Reino eterno. Tan simple como eso.

Por lo tanto, aunque el bautismo en agua es simbólico, es un mandamiento del Señor Jesucristo, el cual ha estado siendo obedecido por los ministros y todos los que han recibido a Cristo como Salvador. Aun en los dí­as de Jesús, Juan el Bautista predicaba, bautizaba, y el mismo Jesucristo fue bautizado; y si Cristo fue bautizado, cuánto más nosotros tenemos necesidad de ser bautizados. Aunque el bautismo en agua es tipológico, simbólico; lo mismo la Santa Cena es simbólica, tipológica, representa el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Bien pueden ser bautizados. Y que Cristo les bautice con Espí­ritu Santo y Fuego, y produzca en ustedes el nuevo nacimiento; y nos continuaremos viendo por toda la eternidad en el glorioso Reino de nuestro amado Señor Jesucristo.

Los que están en otras naciones también pueden ser bautizados, los que han recibido a Cristo como Salvador.

Ahora, dejo al ministro correspondiente aquí­, para que les indique hacia dónde dirigirse para colocarse las ropas bautismales y ser bautizados en agua en el Nombre del Señor Jesucristo. Hay bautisterios, hay ministros que le bautizarán, hay ropas bautismales, y también los vestuarios o lugares donde cambiarse de ropa y donde dejar las ropas, las cuales serán cuidadas por las personas a cargo.

Que Dios les bendiga y les guarde, y continúen pasando un dí­a feliz lleno de las bendiciones de nuestro amado Señor Jesucristo.

Dejo aquí­ al ministro, y en cada nación también dejo al ministro correspondiente para que a continuación les indiquen hacia dónde dirigirse para colocarse las ropas bautismales y ser bautizados en agua en el Nombre del Señor Jesucristo.

Que Dios les bendiga y les guarde a todos.

"EL TIEMPO DE LA ADOPCIÓN."