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Jesucristo, el gran Rabino 2008-09-09 1 Ciudad de México MX 00:00:00 false

Muy buenas noches, amados amigos y hermanos presentes y los que están a través del satélite Amazonas o de internet. Que las bendiciones de Cristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes y sobre mí­ también. En el Nombre del Señor Jesucristo. Amén.

Para esta ocasión leemos una Escritura en San Juan, capí­tulo 3, versos 1 en adelante, donde nos narra el momento en que Nicodemo visitó a Jesús, y dice:

"Habí­a un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judí­os.

Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí­, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.

Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?

Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espí­ritu, no puede entrar en el reino de Dios.

Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espí­ritu, espí­ritu es.

No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo."

Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.

Nuestro tema es: "JESUCRISTO, EL GRAN RABINO." "JESUCRISTO, EL GRAN RABINO."

Jesucristo es la persona más importante que ha pisado este planeta Tierra. Él dijo en una ocasión: "Antes que Abraham fuese, yo soy." San Juan, capí­tulo 8, versos 56 al 58.

Jesús es nada menos que el Ángel del Pacto en Su cuerpo angelical en el Antiguo Testamento, que le apareció a Abraham, a Isaac, a Jacob, el Ángel con el cual luchó Jacob y no lo soltó hasta que el Ángel lo bendijo (o sea, bendijo a Jacob); es el mismo Ángel que le apareció a Manoa, padre de Sansón, para darle la promesa a Manoa y a su esposa de que tendrí­an un hijo, el cual vino a ser uno de los jueces de Israel.

Jesucristo en Su cuerpo angelical es el Ángel del Pacto, el Ángel de Dios del Antiguo Testamento, y por consiguiente es nada menos, ese Ángel, que el Espí­ritu Santo, el cual se manifestaba a través de los profetas del Antiguo Testamento; el Espí­ritu de Cristo que estaba en ellos profetizaba de las cosas, de los sufrimientos que le vendrí­an al Mesí­as y después de las glorias que vendrí­an después de esos sufrimientos.

Por lo tanto, Jesucristo es la persona más importante que ha pisado este planeta Tierra, es llamado también el Verbo que era con Dios y era Dios y creó todas las cosas. De eso nos habla San Pablo en su carta a los Hebreos, capí­tulo 1, versos 1 al 3 y en Colosenses, capí­tulo 1, versos 12 al 24. Siendo que Jesucristo es ese Ángel del Pacto del Antiguo Testamento, y ese Ángel del Pacto es el Espí­ritu Santo, porque un espí­ritu es un cuerpo de otra dimensión, es el Verbo que era con Dios y era Dios y creó todas las cosas:

"Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad." (San Juan, capí­tulo 1, verso 14).

Y lo que les cité anterior a eso cuando les dije: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios," eso está en San Juan, capí­tulo 1, verso 1 en adelante. También el capí­tulo 1, verso 18 de San Juan, dice:

"A Dios nadie le vio jamás..."

Y todos esos profetas que dijeron que habí­an visto a Dios ¿qué fue entonces lo que vieron? Vieron a Dios, pero manifestado en Su cuerpo angelical llamado el Ángel del Pacto, que es el cuerpo angelical de Cristo: es Cristo, el Ángel del Pacto, el Verbo, en el cual moró Dios, mora Dios y morará eternamente; y luego el Verbo se hizo carne, y lo conocimos por el nombre de Jesús. O sea, conocimos el velo de carne que se creó Dios por medio del Espí­ritu Santo, conocemos ese velo de carne por el Nombre de Jesús, nacido en Belén de Judea a través de la virgen Marí­a.

Dentro de ese cuerpo llamado Jesús, estaba Dios el Padre con Su cuerpo angelical, o sea, el Ángel del Pacto, y allí­ estaba la plenitud de la divinidad manifestada en la persona de Jesús, era el Rabino o Rabí­ que estuvo predicando por tres años y medio en Su ministerio terrenal en medio del pueblo hebreo. Le llamaban Rabí­, que significa: "Maestro." Y ya ahora se le llama: "rabino," a aquellos que se les llamaba "rabí­," son los rabinos que actualmente conocemos.

Y ahora, a Jesús y su grupo lo tení­an como un grupo del judaí­smo con un rabino o un rabí­ muy importante y muy conocido en toda la tierra de Israel, y veí­an ese movimiento de este hombre llamado Jesús con estos seguidores, lo veí­an como una nueva secta religiosa del judaí­smo que estaba comenzando.

Luego cuando Él dice cuál es su misión, Él dice que viene para poner Su vida por las ovejas, y luego dice que la volverá a tomar, o sea, que va a morir por Sus ovejas y luego va a resucitar.

Las ovejas perdidas de la casa de Israel, del reino del Norte, compuesto ese reino por diez tribus, fue desarraigado de su tierra, fue llevado a Asiria y después a través de los años fue esparcido por todas las naciones, ese reino del Norte compuesto por esas diez tribus, esa es la casa de Israel.

Y luego el reino del Sur compuesto por la tribu de Judá y la tribu de Benjamí­n, es llamado el reino de Judá. Y Cristo dijo en San Mateo: "No he venido sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel," [San Mateo 15:24] y también envió a Sus discí­pulos a predicar el Evangelio del Reino a las ovejas perdidas de la casa de Israel; o sea, que Cristo vino para buscar y salvar lo que se habí­a perdido. Él mismo dice: "Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se habí­a perdido." ¿Qué se habí­a perdido en medio del pueblo hebreo? Las tribus del reino Norte, y Él ha prometido buscar esas ovejas, y por cuanto esas ovejas en su mayorí­a han estado entre los gentiles, pues enví­a Sus discí­pulos a ir por todo el mundo predicando el Evangelio a toda criatura.

"Y el que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado."

Él dijo que fueran por todas las naciones haciendo discí­pulos, haciendo discí­pulos a todas las naciones y bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espí­ritu Santo, y que Él estarí­a con los creyentes en Él todos los dí­as hasta el fin del mundo, eso está en San Mateo, capí­tulo 28, versos 16 al 20; y la cita anterior está en San Marcos, capí­tulo 16, versos 15 al 16.

Y ahora, entre los judí­os en medio del pueblo hebreo, luego de la muerte, sepultura, resurrección y luego cuarenta dí­as después la ida de Jesús al Cielo, o sea, la ascensión de Cristo al Cielo, luego de eso, diez dí­as después de eso vino el Espí­ritu Santo sobre ciento veinte que estaban reunidos en Jerusalén en el aposento alto y fueron llenos del Espí­ritu Santo.

Y allí­ comenzó la Dispensación de la Gracia y se abrió la bendición para todos los seres humanos, para poder obtener el perdón de sus pecados todos los que arrepentidos de sus pecados, escucharan la predicación del Evangelio de Cristo, naciera la fe de Cristo en su alma y lo recibieran como único y suficiente Salvador, dando testimonio público de su fe en Cristo. Tan simple como eso, "y el que creyere y fuere bautizado, será salvo: mas el que no creyere, será condenado."

El Evangelio se movió en toda Jerusalén, Judea, en Samaria, en todo el territorio de Israel, por orden de Cristo, y era conceptuado ese movimiento como una de las lí­neas del judaí­smo, una secta del judaí­smo encabezada por un rabí­ llamado Jesús.

Hay muchas lí­neas o sectas en el mismo judaí­smo que han sido encabezadas y fundadas, encabezadas por algún rabino, pero la más grande de ellas es el cristianismo que ha cubierto el mundo entero y ha dado a conocer a la humanidad, a Israel.

Israel es conocido como lo es en la actualidad por un hombre llamado Jesús, que es la cabeza del cristianismo, el gran Rabino o rabí­ que vivió en la tierra de Israel y enseñó con justicia el camino de Dios a los seres humanos.

Y ahora, por medio de Su muerte en la Cruz del Calvario y Su Sangre derramada, abrió Él un nuevo Pacto, ha establecido Él un nuevo Pacto, pues la Escritura dice: "Te pondré por Pacto al pueblo." Isaí­as, capí­tulo 42, versos 6 al 8 y capí­tulo 49, verso 8, "para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga Vida eterna." Para eso es que Dios ha enviado a Jesucristo al mundo:

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (San Juan, capí­tulo 3, verso 16).

Y ahora, todo ser humano tiene la misma oportunidad de obtener la salvación y Vida eterna por medio de Cristo, el gran Rabí­ o Rabino que vivió en la tierra de Israel; el rabino más grande, más importante se llama Señor Jesucristo, ese es el Maestro, el gran Maestro.

En una ocasión en San Juan, capí­tulo 13, verso 13, Él hablando a Sus discí­pulos vean cómo dice:

"Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decí­s bien, porque lo soy."

O sea, que Él no dice que Él no es Maestro, y que Él no dice que Él no es Señor. Sí­, Él es nuestro Señor y Él es nuestro maestro. En San Mateo, capí­tulo 23, versos 1 al 12, nos habla algo muy importante y vamos aquí­ a leer, dice:

"Entonces habló Jesús a la gente y a sus discí­pulos, diciendo:

En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos."

En la cátedra de Moisés, en la escuela bí­blica (pero ya no era escuela bí­blica del sábado), entre los judí­os se sentaban allí­ estos grandes maestros, escribas y fariseos y enseñaban también al pueblo. Pero ahora Él dice, Cristo dice, el verso de este mismo capí­tulo 23, verso 9 en adelante:

"Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.

Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo."

¿Quién es nuestro maestro? El Cristo, el Señor Jesucristo, el cual nos enseñó la Palabra, y ese es el mensaje que contiene el Evangelio de Cristo para todas las naciones, la Palabra de Cristo, la enseñanza de Jesucristo, el gran Rabino, el gran Rabí­, el gran Maestro que enseñó a Israel y nos ha estado enseñando a nosotros.

Y ahora, ¿cómo nos puede Él enseñar a nosotros? Él en San Juan, capí­tulo 10, dice de la siguiente manera, y vamos a leerlo. Capí­tulo 10, verso 14 en adelante, dice:

"Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mí­as me conocen,

así­ como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.

También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz (y van a oí­r ¿qué? La Voz de Cristo, la Voz del gran Rabino, la Voz del gran Rabí­ de Israel); habrá un rebaño, y un pastor."

Y ahora, ¿cómo es que van a escuchar la Voz? También acá, vean, el verso 27 en adelante de San Juan, este capí­tulo 10 (capí­tulo 10, verso 27 en adelante de San Juan), dice:

"Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,

y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.

Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.

Yo y el Padre uno somos."

Y ahora, aquí­ nuevamente dice que las ovejas, Sus ovejas, las cuales el Padre le dio, oirán Su Voz. ¿Cómo van a escuchar la Voz de Cristo, si Cristo subió al Cielo y está en el Cielo como Sumo Sacerdote en el Templo celestial? Su Espí­ritu está en la Tierra desde el Dí­a de Pentecostés en y con los creyentes en Él.

Él dijo: "Yo estaré con vosotros todos los dí­as, hasta el fin del mundo." Él ha estado, está y estará en medio de Su Iglesia todos los dí­as hasta el fin del mundo en Espí­ritu Santo, o sea, en cuerpo angelical, y usa diferentes mensajeros de etapa en etapa, de edad en edad; en palabras más claras, por cuanto Su cuerpo fí­sico está glorificado y está en el Cielo, ahora usa cuerpos que son parte de la Iglesia de Jesucristo, hombres de Dios, entra en ellos y a través de ellos habla, y esa es la Voz de Cristo llamando a Sus ovejas, Sus escogidos de edad en edad.

Y ahora, nos ha tocado a nosotros en este tiempo final. Por lo tanto, el que es de Dios, escuchará la Voz de Dios y lo seguirá. Todaví­a estamos en la Dispensación de la Gracia que como dí­a dispensacional es el dí­a de salvación para todos los seres humanos.

Algún dí­a se cerrará la puerta de la misericordia, se cerrará la puerta de la Dispensación de la Gracia que fue abierta por Pedro el Dí­a de Pentecostés porque tení­a las llaves, pero en San Lucas, capí­tulo 13 dice que la puerta va a ser cerrada cuando el Padre de familia se levante y cierre la puerta, entonces muchos van a venir a la puerta llorando y pidiendo que sea abierta la puerta, pero ya estará cerrada.

Ahora, es importante entrar por la Puerta, que es Cristo, al Reino de Dios. En Segunda de Corintios, capí­tulo 6, verso 2 dice San Pablo:

"Porque dice:

En tiempo aceptable te he oí­do,

Y en dí­a de salvación te he socorrido.

He aquí­ ahora el tiempo aceptable; he aquí­ ahora el dí­a de salvación."

La Dispensación de la Gracia es el dí­a dispensacional de salvación para todo ser humano, y ya tenemos unos dos mil años de dispensación de la gracia, donde millones de seres humanos han escuchado la predicación del Evangelio de Cristo y lo han recibido como único y suficiente Salvador, ¿y quién más? Cada uno de nosotros también escuchó la predicación del Evangelio de Cristo y lo ha recibido como único y suficiente Salvador, y así­ hemos obtenido la salvación y Vida eterna, así­ hemos asegurado nuestro futuro eterno con Cristo en Su Reino eterno.

Hemos escuchado la Voz del Señor Jesucristo, el gran Rabino de Israel, el gran Rabí­ que vivió en medio del pueblo hebreo y que antes de eso estuvo en cuerpo angelical hablando a través de los profetas en el Antiguo Testamento; luego se hizo carne, vivió en medio del pueblo hebreo por treinta y tres años, y luego descendió el Dí­a de Pentecostés en Espí­ritu; y ha continuado en Espí­ritu Santo en medio del cristianismo, en medio de Su Iglesia, hablando por medio de Sus diferentes mensajeros, ministros que Él ha enviado con el mensaje del Evangelio de salvación y Vida eterna, el mensaje de la paz para el alma de todo ser humano.

Y ahora, si oyes hoy Su Voz, no endurezcas tu corazón si no lo has recibido todaví­a, abre tu corazón, porque es la Voz de Jesucristo, el gran Rabino, el gran Rabí­, el gran Maestro.

En una ocasión cuando Jesús fue a resucitar a Lázaro, al llegar Marta lo recibió y fue a la casa donde estaba Marí­a, la cual se habí­a quedado en la casa, Marta habí­a venido a recibir a Jesús allí­ frente a donde estaba la cueva, por ese lugar, y luego se fue a la casa a buscar a su hermana Marí­a, y cuando llega le dice: "El maestro está aquí­ y te llama."

Y a través de las diferentes edades del cristianismo, el Maestro Jesucristo está aquí­ en la Tierra y me llamó a mí­, ¿y a quién más? A usted también, y a usted que no lo ha recibido todaví­a, lo está llamando en estos momentos.

Es Cristo en Espí­ritu Santo en medio de Su pueblo, en medio del cristianismo llamando a todos los que tienen sus nombres escritos en el Cielo en el Libro de la Vida, para recibirlos, perdonar sus pecados, con Su Sangre limpiarlo de todo pecado, y al ser bautizados en agua en Su Nombre, Cristo bautizarlos con Espí­ritu Santo y Fuego y producir en la persona el nuevo nacimiento, y así­ la persona nacer a la Vida eterna en el Reino eterno de Cristo.

Así­ como nacimos en esta Tierra y en esta vida terrenal por medio de nuestros padres, ahora por medio de Cristo nacemos en el Reino de Dios a y en la Vida eterna.

Si usted no ha recibido a Cristo todaví­a, recuerde: El Maestro, el gran Rabino, el gran Rabí­ que caminó por la tierra de Israel predicando el Evangelio de Dios, el Evangelio del Reino, hablando el camino de Dios, enseñando el camino de Dios con justicia, ahora está entre los gentiles en Espí­ritu Santo, llamando a cada persona que tiene su nombre escrito en el Cielo en el Libro de la Vida del Cordero.

Si oyes hoy Su Voz, no endurezcas tu corazón, tú eres una oveja del Señor, y Él vino a buscar y a salvar lo que se habí­a perdido: las ovejas del Padre, las cuales le han sido dadas a Cristo para que las busque y les dé salvación y Vida eterna.

Si todaví­a no has recibido a Cristo como Salvador y nació la fe de Cristo en tu alma mientras escuchabas la predicación del Evangelio de Cristo, ahora es el momento para que des testimonio público de tu fe en Cristo. La fe viene por el oí­r la Palabra de Dios, "y con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación," dice San Pablo en Romanos, capí­tulo 10.

Ahora tienes la oportunidad y derecho a dar testimonio público de tu fe en Cristo recibiéndolo como único y suficiente Salvador, para lo cual puedes pasar al frente, yo estaré orando por ti para que Cristo te reciba y así­ te coloque en Su Reino glorioso, y así­ te asegure tu futuro eterno con Él en Su Reino eterno.

Yo no te puedo salvar, yo no te puedo dar la Vida eterna, pero el Maestro, el gran Rabino, el gran Rabí­: Jesucristo, está aquí­ en Espí­ritu Santo para recibirte y darte la Vida eterna. "Mis ovejas oyen mi Voz y me siguen, y yo les doy Vida eterna."

Es para recibir la Vida eterna que vienes a los Pies de Cristo, para eso es que Él ordenó a Sus discí­pulos ir por todo el mundo predicando el Evangelio de salvación, "y el que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado." El que no cree se pierde la bendición de la Vida eterna.

Estas cosas son enseñanzas del Señor Jesucristo, el gran Rabino, el gran Rabí­ que vivió en la tierra de Israel, Él es el Rey de los Cielos y de la Tierra, Él es el heredero al Trono de David, lo dice la Escritura y el gran Arcángel Gabriel, dando testimonio de esa verdad divina, dice a la virgen Marí­a de la siguiente manera (da palabras gloriosas a esta mujer santa que vivió en la tierra de Israel), capí­tulo 1, versos 30 en adelante de San Lucas, dice:

"Entonces el ángel le dijo: Marí­a, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.

Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.

Este será grande, y será llamado Hijo del Altí­simo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre;

y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin."

Estas son las palabras del Ángel Gabriel a la virgen Marí­a, hablándole acerca del niño que iba a tener ella, el cual serí­a el heredero al Trono de David, y por consiguiente el Rey que restaurará el Reino de David y reinará sobre Israel y sobre todas las naciones, ese es nuestro amado Señor Jesucristo, el rabino, el gran Rabino, el gran Maestro, el gran Rabí­.

Y todaví­a sigue siendo el gran Rabí­ porque está en Espí­ritu Santo en medio de Su pueblo, enseñándonos Su Palabra de edad en edad, de dispensación en dispensación. Él ha sido el único maestro el cual ha enseñado por medio de los profetas, por medio de los apóstoles y por medio de Sus diferentes mensajeros que Él ha enviado.

Son enviados de Dios esas personas para ser instrumentos del Espí­ritu Santo, el cual ha estado hablando por medio de ellos, y ha estado Cristo por medio de ellos llamando esas ovejas, esos hijos e hijas de Dios, esas personas que tienen sus nombres escritos en el Cielo.

Usted ha estado escuchando la predicación del Evangelio de Cristo porque su nombre está escrito en el Cielo en el Libro de la Vida, y por esa causa el Espí­ritu de Dios lo guió para estar presente escuchando la predicación del Evangelio de Cristo; y ustedes que están en otras naciones escuchando el Evangelio de Cristo, también ustedes tienen sus nombres escritos en el Cielo y por esa causa están escuchando.

Dios tiene mucho pueblo, muchos hijos en esta Ciudad, en la Ciudad de México D.F., (en el Distrito Federal) y en todas las ciudades, en todas las comunidades de la República Mexicana, toda la República Mexicana tiene muchos hijos y los está llamando, y el Reino de Dios se está llenando de mexicanos, y eso es bueno. Dios está llamando a Sus hijos.

En las diferentes naciones si han estado escuchando en esta ocasión la predicación del Evangelio de Cristo, pueden también continuar viniendo a los Pies de Cristo los que escucharon y nació la fe de Cristo en su alma y todaví­a no habí­an recibido a Cristo como Salvador, para que queden incluidos en esta oración que estaré haciendo por todos los que están recibiendo a Cristo en esta ocasión, como único y suficiente Salvador.

Hemos visto quién es Jesucristo, el gran Rabino, el gran Rabí­ que vivió en la tierra de Israel, es nada menos que el Ángel del Pacto, es nada menos que el Rey de los Cielos y de la Tierra sentado en el Trono de Dios en el Cielo, es nada menos que el heredero al Trono de David, el cual reinará sobre el pueblo hebreo y sobre todas las naciones, y en ese Reino yo estaré, ¿y quién más? Cada uno de ustedes también.

Ya vamos a estar puestos en pie para orar por las personas que han venido a los Pies de Cristo en esta ocasión. Si falta alguno por venir, puede venir.

Vamos ya a levantar nuestras manos al Cielo, a Cristo, y con nuestros ojos cerrados y todos los que han venido a los Pies de Cristo en esta ocasión, repitan conmigo esta oración, los que también en otras naciones han recibido a Cristo como único y suficiente Salvador en estos momentos, y también los que están en otras ciudades de la República Mexicana. Repitan conmigo esta oración.

Señor Jesucristo, escuché la predicación de Tu Evangelio y nació Tu fe en mi corazón, creo en Ti con toda mi alma, creo en Tu primera Venida, creo en Tu Nombre como el único Nombre bajo el Cielo en que podemos ser salvos, creo en Tu muerte en la Cruz del Calvario como el único Sacrificio de Expiación por mis pecados y por los de todo ser humano; reconozco que soy pecador y necesito un Salvador, un Redentor, doy testimonio público de mi fe en Ti y Te recibo como mi único y suficiente Salvador.

Me rindo a Ti, me entrego a Ti en alma, espí­ritu y cuerpo. Te ruego perdones mis pecados y con Tu Sangre me limpies de todo pecado, y me bautices con Espí­ritu Santo y Fuego luego que yo sea bautizado en agua en Tu Nombre y produzcas así­ el nuevo nacimiento en mí­. Quiero nacer en Tu Reino, quiero vivir eternamente contigo en Tu Reino, Señor, sálvame, Te lo ruego en Tu Nombre eterno y glorioso, Señor Jesucristo. Amén.

Y con nuestras manos levantadas al Cielo, a Cristo, todos decimos: ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! Amén y amén.

Cristo les ha recibido en Su Reino, ha perdonado vuestros pecados y con Su Sangre les ha limpiado de todo pecado, porque ustedes escucharon la predicación del Evangelio de Cristo, nació la fe de Cristo en vuestra alma y lo han recibido como único y suficiente Salvador.

Ustedes me dirán: "Quiero ser bautizado en agua lo más pronto posible," porque Cristo dijo: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo."

El bautismo en agua es simbólico, tipológico, pero es un mandamiento del Señor Jesucristo en el cual la persona se identifica con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección.

Los apóstoles bautizaban a todos los que recibí­an a Cristo como Salvador, los bautizaban en el Nombre del Señor, y Cristo los bautizaba con Espí­ritu Santo y Fuego a todos los que recibí­an, lo recibí­an como Salvador y eran bautizados en agua en Su Nombre, y así­ producí­a en ellos el nuevo nacimiento.

Nos identificamos con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección, cuando somos bautizados en agua en Su Nombre. Cuando la persona recibe a Cristo como Salvador, muere al mundo. Cuando la persona es sumergida en las aguas bautismales, tipológicamente está siendo sepultada; y cuando es levantado de las aguas bautismales, está resucitando, levantándose a una nueva vida: a la Vida eterna con Cristo en Su Reino eterno.

Por lo tanto, conociendo el simbolismo del bautismo en agua, pueden ser bautizados todos los que han recibido a Cristo como Salvador. Y que Cristo les bautice con Espí­ritu Santo y Fuego y produzca en ustedes el nuevo nacimiento; y nos continuaremos viendo por toda la eternidad en el glorioso Reino de nuestro amado Señor Jesucristo.

Dejo al ministro, reverendo Jorge Hernández, para que les indique hacia dónde dirigirse para colocarse las ropas bautismales para ser bautizados en agua en el Nombre del Señor Jesucristo. Y que Cristo les bautice con Espí­ritu Santo y Fuego y produzca en ustedes el nuevo nacimiento. También los que están en otras naciones, pueden ser bautizados en agua en estos momentos. Y que Cristo también les bautice con Espí­ritu Santo y Fuego y produzca en ustedes el nuevo nacimiento.

Que Dios les bendiga y les guarde, y continúen pasando una noche llena de las bendiciones de Jesucristo nuestro Salvador, Jesucristo, el gran Rabino, el gran Rabí­, que estuvo en la tierra de Israel dos mil años atrás y que todaví­a está con nosotros en Espí­ritu Santo y dijo que estarí­a hasta el fin del mundo con los creyentes en Él.

Él fue el que les llamó, Él fue el que ordenó a bautizar a todos los que crean, y todos los que han creí­do han sido bautizados en agua en Su Nombre, y Él los ha bautizado con Espí­ritu Santo y Fuego y ha producido el nuevo nacimiento en todas esas personas.

Que Dios les bendiga y les guarde a todos.

"JESUCRISTO, EL GRAN RABINO."