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Dios reflejado en Abraham 2001-04-22 1 Austin Texas US 00:00:00 false

Muy buenos días, amados amigos y hermanos presentes. Es para mí una bendición grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor de la Palabra de Dios y Su Programa correspondiente a este tiempo final.

Para lo cual quiero leer en el libro del Génesis, capítulo 22, verso 15 en adelante, donde dice la Escritura… Esto fue luego de Abraham ofrecer a Isaac (su hijo) a Dios, en donde Dios le proveyó un carnero a Abraham en lugar - para ser sacrificado en lugar de Isaac. Dice, capítulo 22, verso 15 en adelante:

“Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo,

y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto (o sea que le ofreció a Dios su hijo), y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo;

de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos.

En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.

Y volvió Abraham a sus siervos, y se levantaron y se fueron juntos a Beerseba; y habitó Abraham en Beerseba”.

Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.

Nuestro tema para esta ocasión es: “DIOS REFLEJADO EN ABRAHAM”.

¿Por qué Dios se reflejó en Abraham, y cómo es que Dios se reflejó en Abraham? Antes de Dios hacer algo en la Tierra, Él lo refleja en el Cielo; y lo refleja en medio del pueblo hebreo, y lo refleja en Sus profetas. Y el reflejo más directo y más claro de Dios es a través de un profeta; porque los profetas son la Palabra de Dios para el tiempo en que Dios los envía, son la boca de Dios para el pueblo.

Es por medio de los profetas que viene la Palabra de Dios al pueblo; “porque no hará nada el Señor Jehová, sin que antes revele sus secretos a Sus siervos Sus profetas” (Amós, capítulo 3, verso 7). Son, por consiguiente, la boca de Dios: Dios habla por medio de Sus profetas, y son también el juicio de Dios.

Son los profetas, entonces, la forma visible, humana, a través de la cual Dios se manifiesta en la Tierra; son el reflejo más directo para el ser humano; porque a través de ellos es que Dios le habla a Su pueblo, y a través de ellos es que Dios cumple Sus promesas para cada edad y para cada dispensación; por eso son el reflejo de Dios para el tiempo en que son enviados.

Son también los embajadores de Dios, cada uno en el tiempo en que Dios los envía. Así como cada nación envía sus embajadores a otras naciones, Dios envía Sus embajadores del Cielo a la Tierra de edad en edad y de dispensación en dispensación; y esos son los profetas de Dios.

Veamos los profetas de Dios como la boca de Dios. En Deuteronomio, capítulo 18, verso 15 al 19, dice:

“Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis”.

Luego este mismo capítulo 18, verso 18, continúa diciendo:

“Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú (o sea, como Moisés); y pondré mis palabras en su boca (¿Dónde Dios coloca Sus palabras? En la boca del profeta que Él envía a Su pueblo), y él les hablará todo lo que yo le mandare”.

Lo que ese profeta habla en el Nombre del que lo envía, en el Nombre de Dios, es la Palabra de Dios para el pueblo para ese tiempo.

“Más a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta”.

Y en Hechos, capítulo 3, verso 22 al 23, dice San Pedro, hablando del profeta que Dios envía, y haciendo alusión directa a Jesucristo, dice que el que no oiga ese profeta será desarraigado del pueblo: será cortado del pueblo, pierde el derecho a pertenecer al pueblo de Dios.

Así ha sido de edad en edad y de dispensación en dispensación. Porque los profetas son la Palabra de Dios manifestada en carne humana para el tiempo en que son enviados; esa es la Palabra de Dios para el pueblo en cada edad y en cada dispensación.

Y ahora, podemos ver que es un misterio el ministerio de profeta que Dios envía de edad en edad y de dispensación en dispensación. Cada profeta que Dios ha enviado ha sido un misterio para la humanidad.

Los profetas, por cuanto son la Palabra de Dios para el tiempo en que viven, tienen las dos conciencias juntas: consciente y subconsciente lo tienen juntos; es la clase de persona que llega o aparece con las dos conciencias juntas, y por eso pueden ver y escuchar en otras dimensiones. Es Dios el que hace, crea, esos profetas.

Esos profetas son mencionados en la Escritura: en el Salmo 82, verso 1 en adelante, donde dice:

“Dios está en la reunión de los dioses;

En medio de los dioses juzga”.

Y luego en el mismo capítulo 82, verso 6 al 8, dice:

“Yo dije: Vosotros sois dioses,

Y todos vosotros hijos del Altísimo…”.

Estas personas de las cuales Dios dice: “Vosotros sois dioses (dice), Y todos vosotros hijos del Altísimo”, son estos profetas de Dios, hijos del Altísimo, los cuales son mencionados aquí como dioses; porque la Palabra de Dios viene a ellos, y son la Palabra de Dios para el tiempo en que están viviendo.

“Pero como hombres moriréis,

Y como cualquiera de los príncipes caeréis”.

Ahora, vean que estas personas de las cuales Dios dice: “Vosotros sois dioses, Y todos vosotros hijos del Altísimo”, son estos hijos de Dios mencionados en la Escritura como los profetas de Dios, pero como hombres mueren aquí en la Tierra. Dice:

“Levántate, oh Dios, juzga la tierra;

Porque tú heredarás todas las naciones”.

Y ahora, veamos lo que Jesucristo habló con relación a este pasaje de la Escritura. En San Juan, capítulo 10, versos 25 en adelante… o 24 en adelante, dice:

“Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.

Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí;

pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho.

Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,

y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.

Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.

Yo y el Padre uno somos.

Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle.

Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?

Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios.

Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois?

Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada)”.

Y ahora, Dios llamó dioses a aquellos a quienes viene la Palabra. ¿Y a quiénes viene la Palabra? A los profetas de Dios.

Y ahora, Jesucristo siendo el profeta de los profetas, vean ustedes, está enmarcado en esa profecía del Salmo 82, porque Él es la Palabra y a Él viene la Palabra; por lo tanto, Él y el Padre son uno.

¿Y cuál es el misterio de Cristo y el Padre celestial? Es que nuestro amado Señor Jesucristo no es otra persona sino el mismo Dios vestido de carne humana, apareciendo en medio de la raza humana, a la semejanza de los seres humanos, en la forma de un profeta. Por eso dice:

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

Este era en el principio con Dios.

Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

(San Juan, capítulo 1, verso 1 al 4. Y luego nos dice).

En él estaba la vida…”.

Y vamos a continuar leyéndolo aquí:

“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”.

Dios es Luz. Y luego de Dios salió Su cuerpo teofánico en la forma de un hombre, llamado el Ángel del Pacto o Ángel de Jehová, un cuerpo angelical en el cual moró Dios, que es Luz; y Dios que es Luz, es el alma de ese cuerpo teofánico, el alma de ese Ángel de Jehová.

Por eso encontramos al Ángel de Jehová hablando en algunas ocasiones en primera persona, y otras ocasiones hablando en segunda persona.

Es que en el Ángel de Jehová (ese cuerpo angelical, ese cuerpo teofánico) estaba Dios morando en toda Su plenitud; y esa es la imagen de Dios: el cuerpo teofánico de Dios. Y luego se creó un cuerpo de carne: creando en el vientre de María una célula de vida, la cual se multiplicó célula sobre célula, y así fue creado el cuerpo de Jesús.

El cuerpo de Jesús es el cuerpo físico de carne de Dios; por eso Jesús dice: “El Padre y Yo una cosa somos”. Como usted puede decir: “Mi alma y yo una cosa somos”.

Y ahora, encontramos que así como usted puede decir: “Mi nombre está en mi cuerpo espiritual”; y luego también puede decir: “Mi nombre está en mi cuerpo físico”. ¿Por qué? Porque cuando su cuerpo físico nació fue inscrito en el registro donde registran los nombres de todas las personas que nacen; y les dieron a sus padres un acta de nacimiento, donde le pusieron —a ese cuerpecito que nació— el nombre que sus padres ordenaron que le pusieran; y ahora, cuando a usted lo llaman por ese nombre, no solamente están llamando al cuerpo de carne por ese nombre, sino que lo están llamando a usted, que es alma viviente.

Y ahora, Dios tiene un Nombre. Y ahora, veamos este misterio del Nombre de Dios un poco.

Aquí en el libro del Éxodo, capítulo 3, verso 13 al 14, cuando el Ángel de Jehová, el Ángel del Pacto, le apareció a Moisés, vean, dice… vamos a comenzar en el verso 1, dice:

“Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios (o sea, el Monte Sinaí).

Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.

Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema.

Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí.

Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.

Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.

Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,

y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.

El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.

Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.

Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?

Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte”.

Y ahora vean, el Ángel de Jehová que le aparece a Moisés, ahora está hablándole a Moisés y le dice: “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. Se identifica como Dios. Y luego le dice: “He visto la opresión de mi pueblo Israel, y he descendido para librarlos, libertarlos”. Es Dios en Su cuerpo teofánico.

Ahora, encontramos que Dios tiene un Nombre:

“Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?

Y respondió Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros”.

Si vamos a los originales, encontraremos que este Yo soy es en el original YHWH.

Y ahora, el Ángel de Jehová, el Ángel del Pacto, en el cual Dios está… Dios está hablando por medio de Su Ángel en primera persona y le está revelando a Moisés Su Nombre.

Y ahora, veamos este misterio del Ángel y el Nombre de Dios en el Ángel. Capítulo 23, verso 20 al 23 del Éxodo, dice:

“He aquí yo envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado.

Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él”.

¿Dónde está el Nombre de Dios aquí en el Antiguo Testamento? En Su Ángel, el Ángel del Pacto, que es el cuerpo angelical, cuerpo teofánico de Dios.

Y luego, en el Nuevo Testamento tenemos la Venida de este Ángel del Pacto, de este Ángel de Jehová, la cual había sido prometida en Malaquías, capítulo 3, donde dice (verso 1):

“He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí…”.

¿Quién dice que envía Su mensajero? El Ángel del Pacto. Dios hablando por medio de Su Ángel, el Ángel del Pacto, dice: “He aquí yo envío mi mensajero delante de mí”.

Ese mensajero que enviaría delante de Él sería un profeta, el cual fue Juan el Bautista, que vino para preparar el camino del Señor, del Ángel del Pacto, del que lo envió.

Y luego dice:

“… y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis…”.

¿Y quién vendrá? Aquel al cual este mensajero le estaría preparando el camino. El Señor, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, vendría.

“… y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos”.

¿Quién vendría? El Señor, el Ángel del Pacto. ¿Y cómo vendría? Vendría en carne humana, vendría vestido de un cuerpo de carne.

Siendo que Dios está en Su Ángel, el Ángel de Jehová; Dios está en Su cuerpo angelical, cuerpo teofánico; pero siendo que ese cuerpo angelical de Dios es un Espíritu de profeta, tiene que hacerse carne, como todo espíritu de profeta tiene que hacerse carne aquí en la Tierra.

Y cuando se hace carne el Ángel de Jehová, el Ángel del Pacto, en el cual está Dios, entonces cuando se hace carne pues ahí está Dios, está Su Ángel, Su cuerpo teofánico que es Su Ángel; y ahí están ¿quiénes? Dios, el Padre celestial, está el Ángel del Pacto que es el cuerpo angelical de Dios; y está ¿en dónde? En Jesús, que es el cuerpo de carne de Dios.

Y ahí tenemos a Dios en la forma de un profeta, de un hombre. Pues Dios creó al ser humano a Su imagen y a Su semejanza; por lo tanto, Dios, al visitar a la raza humana para redimirla y llevar así a cabo Su Obra de Redención, vino en la forma de un hombre, de un profeta.

El misterio de Dios en Jesucristo es el misterio de la encarnación de Dios, o sea, Dios hecho hombre en un cuerpo de carne humana.

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

Este era en el principio con Dios.

Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”.

San Juan, capítulo 1, verso 1 al 3. Y luego, ese mismo capítulo 1, verso 14, dice:

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”.

El Verbo que era con Dios y era Dios y creó todas las cosas se hizo carne, se hizo hombre, y habitó en medio de la raza humana para redimir al ser humano.

Ahora, podemos ver que nuestro hermano mayor, nuestro amado Señor Jesucristo, es el personaje más grande, no solamente de la Tierra sino de los Cielos también; Él es Dios hecho hombre, hecho carne.

Bien dijo el profeta Isaías en el capítulo 7, verso 14, cuando profetizó acerca de la Venida del Mesías, diciendo:

“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (y Emanuel significa: Dios con nosotros)”.

Ese es el misterio de Jesucristo: que es Dios hecho hombre en medio de la raza humana.

Vean, en el capítulo 9 de Isaías, también dice, verso 6 en adelante (hablando de Jesús), dice:

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte (ese niño que nacería sería Dios Fuerte), Padre Eterno, Príncipe de Paz”.

El Padre Eterno y Dios Fuerte y el Príncipe de Paz, vendría en medio de la raza humana en la forma de un hombre, de un profeta, en medio del pueblo hebreo.

“Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto”.

Ahora, podemos ver que el misterio que estaba en Cristo es el misterio de Dios haciéndose hombre, haciéndose carne, en medio de la raza humana.

Por cuanto Dios creó al ser humano a Su imagen y semejanza, cuando Él vino para redimir al ser humano, vino a la semejanza humana, en la forma de un hombre, de un profeta. Por eso es que a través de Sus profetas Dios ha estado reflejándose, y ha estado trayendo Su Palabra de edad en edad y de dispensación en dispensación.

Dios visitando a la raza humana en toda Su plenitud tenía que ser en la forma de hombre, a la semejanza del ser humano, porque Dios hizo al ser humano a Su imagen y a Su semejanza; por lo tanto, Dios tenía que emparentar con la raza humana haciéndose hombre, para poder redimir la raza humana, para ser el Pariente Redentor de la raza humana.

Así como en el Antiguo Testamento encontramos que la persona que podía redimir a otra persona, y podía redimir la herencia de otra persona, tenía que ser un pariente de esa persona; y para redimir la raza humana, para redimir al ser humano, tenía que ser un pariente de la raza humana.

Y Dios haciéndose carne se está haciendo el Pariente Redentor de la raza humana; se está haciendo como nosotros para poder salvar lo que se había perdido: el ser humano, la raza humana.

Ahora podemos ver que Jesucristo es nada menos que el mismo Ángel del Pacto, Ángel de Jehová, vestido de carne humana, en el cual está Dios.

Ahora veamos, siendo que Dios es Luz, y que el cuerpo teofánico de Dios es el Ángel de Jehová (un cuerpo angelical), y que el cuerpo de carne de Dios es Jesús…; el cuerpo de carne de Jesús, el cual nació, murió, resucitó en forma glorificada, y está sentado en el Trono de Dios; y es la primera ocasión en que un cuerpo físico, pero glorificado, se sienta en el Trono de Dios.

Porque Dios, vean ustedes, todavía no tenía un cuerpo de carne, para sentarse con ese cuerpo de carne en Su Trono; Él tenía Su cuerpo angelical o teofánico, pero no el cuerpo de carne; pero al tener el cuerpo de carne llamado Jesús, y luego de Su muerte, resurrección y ascensión al Cielo, se sentó en el Trono de Dios ese cuerpo físico de Dios, pero glorificado.

O sea que eso fue un evento muy grande para Dios en Su Programa. Ni ángeles se habían sentado en ese Trono de Dios; o sea, solamente Cristo, el Ángel del Pacto.

Ahora, podemos ver que por esa causa es que Cristo dice a Sus discípulos luego de resucitado: “Todo poder me es dado en el Cielo y en la Tierra”[1]. Él heredó el Trono del Padre en el Cielo; y en el Programa Divino ese es el evento más grande allá en el Trono de Dios.

Un Hombre sentándose en el Trono de Dios, pero un Hombre con cuerpo glorificado; y ese Hombre con cuerpo glorificado es el mismo Dios en y con Su cuerpo glorificado y con Su cuerpo teofánico, cuerpo angelical también.

Así que en el Cielo fue un evento tan y tan grande que llenó de gozo y regocijo a las huestes celestiales.

Ahora podemos ver quién es nuestro amado Salvador Jesucristo: es Dios, el cual se hizo hombre y nos redimió en la Cruz del Calvario; y resucitó en una condición glorificada para sentarse en el Trono de Dios.

Esa clase de cuerpo glorificado es el que Él nos dará a todos nosotros también; como también nos ha dado un cuerpo angelical, un cuerpo teofánico de la sexta dimensión, al recibirlo como nuestro Salvador, lavar nuestros pecados en Su Sangre, ser bautizados en Su Nombre y recibir Su Espíritu Santo; y así hemos obtenido el nuevo nacimiento; y hemos obtenido el cuerpo angelical, teofánico, de la sexta dimensión, llamado también el Ángel de Jehová que acampa en derredor de los que le temen y los defiende[2].

Cuando Pedro estuvo preso fue libertado por un Ángel[3]; y cuando Pedro llegó a la casa donde estaban orando por él (un grupo de cristianos) y tocó a la puerta, una joven llamada Rode fue a abrir la puerta, pero cuando vio que era Pedro…, parece que tenía una ventanita para ver, porque dice:

Hechos 12:14

¿Y cómo pudo ver que era Pedro? Tuvo que tener alguna ventanita; como tienen esa ventanita en algunos países (principalmente de la América Latina y del Caribe), para uno saber a quién le va a abrir la puerta; porque no se le puede abrir la puerta a todo el mundo, porque pueden asaltar a la familia, robarle a la familia; por lo tanto, en aquellos tiempos en donde hubo tantos peligros, pues tenían que tener sus precauciones.

Así que Rode, cuando vio que era Pedro, de gozo no abrió la puerta, y les anuncia a todos que es Pedro; y entonces los que están allí en la casa le dicen a Rode: “Rode, estás loca; no es Pedro. ¡Es su ángel!”. Tenían conocimiento de que cada cristiano tiene un ángel; ese es su cuerpo angelical, su cuerpo teofánico, que recibe cuando nace de nuevo.

Cristo mismo dijo hablando de los niños, que representan a los cristianos, dijo: “Sus ángeles ven el rostro de Mi Padre cada día”[4].

Así que nuestros ángeles, nuestros cuerpos angelicales, teofánicos, ven el rostro de nuestro Padre celestial cada día; y así también es para nuestros bebés, nuestros niños.

Ahora, este misterio del ángel que tiene cada cristiano, vean ustedes, es que cada cristiano al nacer de nuevo recibe un cuerpo teofánico, angelical; ese es su ángel guardián. Y luego recibiremos un cuerpo físico glorificado y eterno, igual al cuerpo glorificado de nuestro amado Señor Jesucristo.

El cuerpo angelical sale del cuerpo angelical de Dios, que es el Ángel del Pacto; y el cuerpo físico glorificado que hemos de recibir, sale del cuerpo glorificado de nuestro amado Señor Jesucristo.

Él por creación divina, vean ustedes, nos da el cuerpo teofánico, el cuerpo angelical, y nos dará también el cuerpo glorificado; y entonces todos seremos a Su imagen y a Su semejanza. Y así estará completo todo el Cuerpo Místico de Cristo; así estará completa toda la descendencia de Dios, los hijos e hijas de Dios.

Ahora, todo este misterio de los hijos e hijas de Dios está reflejado en Abraham: Abraham teniendo un hijo, Isaac, y luego Isaac teniendo a Jacob, y luego Jacob teniendo a sus 12 hijos, sus 12 patriarcas; y luego fueron incluidos Efraín y Manasés, los cuales son hijos de José.

O sea que… José, teniendo la Bendición de la Primogenitura, la cual le correspondía; porque era el hijo primogénito a través de Raquel, la esposa de Jacob.

Encontramos que la Bendición de la Primogenitura consta de una doble porción; y José recibe la bendición de una doble porción de tribu. La tribu de José consta de una doble porción: la tribu de Efraín y la tribu de Manasés componen la tribu de José.

¿Ven? Ahí está la Bendición de la Primogenitura para José como tribu, y contiene un sinnúmero más de bendiciones.

En la Bendición de la Primogenitura está la bendición máxima de Dios, para quien posea la Bendición de la Primogenitura; es una bendición con una doble porción.

Ahora, encontramos que luego de los patriarcas nacen todos los hijos de los patriarcas, de los hijos de los patriarcas nacen los nietos de los patriarcas, y así van multiplicándose, van aumentando en población los descendientes de Abraham por medio de Isaac, hasta que llegan a cierto número.

José había sido vendido y estaba viviendo en Egipto[5]; y era el segundo en el trono del faraón, tenía el sello del faraón; y todos los negocios estaban a cargo de José.

Él le pide a su familia que vayan a vivir a Egipto[6] (el resto de la historia pues está contenida en la Biblia, ustedes la conocen). Jacob, con sus hijos y sus nietos, se van a Egipto, allí viven muy bien; le dan el territorio de Gosén, que era el mejor territorio para criar animales y para la agricultura también; se multiplican allí.

Pero llega el tiempo en que un faraón que no conocía a José (porque ya el que conocía a José había muerto, y ya había muerto José y había muerto también Jacob primero), luego, ese nuevo faraón esclavizó a los hebreos; y vinieron a ser siervos, esclavos del faraón; pero siguieron multiplicándose aun como esclavos,

Y toda esa descendencia de Abraham según la carne, de la cual Dios había dicho que sería peregrina, y viviría en una tierra extraña y serían esclavos allí[7], se habían multiplicado a tal grado que ya eran alrededor de dos millones de personas.

Y para ese tiempo ya se cumple el tiempo de los 400 años, nace el profeta Moisés; y luego Dios lo prepara a Moisés: Luego que huyó de Egipto a los 40 años, porque el pueblo hebreo no lo reconoció como su libertador, luego huye a Madián; allá se casa con la hija mayor de Jetro (el sacerdote de Madián), viene a ser Moisés yerno del sacerdote Jetro, y viene a estar al frente de los rebaños de ovejas de Jetro su suegro, viene a ser pastor de ovejas[8]; porque, vean ustedes, siendo que Dios, Jehová es nuestro Pastor, ahora se va a reflejar en Moisés, y coloca a Moisés como pastor de ovejas, porque más adelante Moisés va a pastorear al pueblo hebreo como ovejas por el desierto.

Ahora miren cómo Dios se refleja en Moisés como pastor de ovejas; por lo tanto, tenía que entrenar a Moisés como pastor de ovejas, para que luego aplicara ese conocimiento con el pueblo hebreo, que son comparados con ovejas. Y Dios libertó al pueblo hebreo a través de Moisés, y pastoreó al pueblo hebreo por 40 años en el desierto a través de Moisés.

Ahora, vean, Jehová es nuestro Pastor. Y Jehová es el Pastor del pueblo hebreo; pero vean, lo pastoreó por medio del profeta Moisés, después por medio del profeta Josué, y por medio de los jueces, y por medio de los profetas; y luego aparece Jesús y dice: “Yo soy el Buen Pastor”[9].

Cuando Dios está reflejado como Pastor a través de un hombre, Dios pastorea a Su pueblo con los pastos frescos de Su Palabra revelada para ese tiempo; y Sus ovejas son bien alimentadas, son alimentadas allá en el alma; “porque no solamente de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”[10]. Ese es el alimento espiritual para las ovejas de Dios, las ovejas de Cristo, en el Nuevo Testamento.

Ahora, vean cómo de Abraham saldría una nación poderosa: el pueblo hebreo, una nación terrenal; y vienen a ser los siervos de Dios, pero como nación es la nación de la cual Dios dice: “Israel (Jacob) es mi hijo, mi primogénito”[11]. Como nación el pueblo hebreo es hijo primogénito de Dios, pero como individuos son los siervos de Dios.

Ahora, ¿qué está sucediendo con Abraham y la descendencia terrenal de Abraham? Que Dios se está reflejando en Abraham; y por consiguiente, en la descendencia terrenal de Abraham, Dios está reflejando la descendencia de Dios, los hijos e hijas de Dios.

Así como Dios le dio una descendencia a Abraham (el padre de la fe) en el cual Dios se reflejó, y por eso Abraham es tipo y figura de Dios; y la descendencia de Abraham terrenal es tipo y figura de la descendencia celestial de Dios.

Los hijos e hijas de Dios están reflejados en el pueblo hebreo, en la descendencia terrenal de Abraham; por eso tenemos al Israel terrenal y Dios tiene al Israel celestial. La descendencia terrenal de Abraham es el pueblo hebreo; la descendencia celestial de Abraham es la Iglesia del Señor Jesucristo, son los hijos e hijas de Dios.

Y ahora, vean cómo Dios se reflejó en Abraham. Dios se reflejó en Abraham como padre, colocando a Abraham como el padre de la fe, como el hombre a través del cual vendría una nación poderosa: el pueblo hebreo, y también le dice que sería padre de naciones.

Y ahora, la nación celestial más importante está compuesta por los hijos e hijas de Dios, que al aparecer en la Tierra vienen a formar la Iglesia del Señor Jesucristo; pero hay otras naciones celestiales, hay otras naciones celestiales descendientes de Dios; hay huestes celestiales, hay principados y potestades celestiales; pero la más importante de todas es la Jerusalén celestial, el Israel celestial, que al materializarse en la Tierra vienen a ser los miembros de la Iglesia del Señor Jesucristo.

Son personas celestiales, son descendientes directos de Dios a través de nuestro amado Señor Jesucristo, que es el mismo Dios que se hizo carne, para poder redimirnos y reproducirse en hijos e hijas de Dios.

Esta es la forma en que Dios se reproduce y trae a existencia en esta Tierra a Sus hijos, y los trae a manifestación como hijos e hijas de Dios en Su Cuerpo Místico de creyentes, que es Su Iglesia.

Ahora, nuestras almas vienen de Dios; y por consiguiente, así como Dios es Luz, nuestra alma es luz; y así como Dios en Su cuerpo angelical, teofánico, es un ángel, un cuerpo angelical, nosotros en nuestro espíritu, en nuestra teofanía, somos un cuerpo angelical, tenemos un cuerpo angelical.

¿No dice Cristo que en la resurrección (esto es para los escogidos de Dios) ni se casan ni se dan en casamiento, sino que serán (¿cómo?) como los ángeles de Dios?[12]

Y siendo que en nuestro cuerpo espiritual teofánico, al estar en el Cuerpo Místico de Cristo, somos como los ángeles con un cuerpo teofánico, en la parte física, cuando seamos transformados, seremos como Dios en Su cuerpo físico; y Dios en Su cuerpo físico es Dios en el cuerpo de Jesucristo, cuerpo físico glorificado. Así seremos nosotros también en la parte física, en el cuerpo físico, será un cuerpo físico pero glorificado, y por consiguiente será interdimensional.

Vean, Cristo con las puertas cerradas entraba donde estaban Sus discípulos reunidos, y ellos pensaban que era un espíritu, pero Cristo les decía: “Vengan y toquen, y vean que no soy un espíritu; porque el espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que yo tengo”. Y un espíritu tampoco puede comer. Y Cristo dice: “¿Tienen algo de comer?”. Ellos le ofrecen un pedazo de pescado y un panal de miel; y Cristo come delante de ellos luego de haber resucitado[13].

Ahora, no lo conocían, y estaban todos temerosos. ¿Por qué? Porque en el cuerpo glorificado la persona tiene una apariencia jovencita, de 18 a 21 años de edad. Así será para nosotros, y así es para nuestro amado Señor Jesucristo en Su cuerpo glorificado.

Hay tres clases de cuerpos: el cuerpo teofánico o cuerpo espiritual, ya sea de la quinta dimensión o de la sexta dimensión; hay cuerpo de carne, que es el [segundo] cuerpo; y hay cuerpo glorificado, que es el cuerpo que tiene Jesucristo (físico) en la actualidad.

Nosotros, vean ustedes, tenemos el cuerpo teofánico, pero de la sexta dimensión; tenemos el cuerpo de carne, el cual es temporal; pero pronto tendremos el tercer cuerpo, que es el cuerpo glorificado; ese cuerpo es eterno, y será para toda la eternidad.

Ese es el cuerpo que Dios predestinó para cada uno de ustedes y para mí desde antes de la fundación del mundo, como también Él para Sí mismo predestinó esa misma clase de cuerpo; y el cuerpo teofánico angelical es el cuerpo espiritual que Él predestinó para cada uno de ustedes y para mí también, porque esa misma clase de cuerpo angelical fue el que Él predestinó para Él mismo.

Así que eso nos coloca a imagen y semejanza de Jesucristo, el cual es Dios hecho hombre; eso es ser a imagen y semejanza de Dios en toda Su plenitud cuando tengamos el nuevo cuerpo.

Así como el padre de la familia, cuando tiene a su familia reunida, los puede mirar y ver que son a su imagen y a su semejanza: puede ver que son personas de carne, porque el padre de la familia es de carne; también puede darse cuenta que son personas espirituales, que tienen espíritu, porque el padre de la familia tiene espíritu; y puede ver también que son personas que tienen alma, ¿por qué? Porque el padre de la familia tiene alma también.

Los animales no tienen alma, el ser humano tiene alma; es lo que diferencia al ser humano de los animales.

Ahora, podemos ver que en Abraham Dios reflejó todo este Programa que Dios llevaría a cabo con Sus hijos, que es la descendencia de Dios; por lo tanto, en Abraham y su descendencia, Dios ha estado reflejando todo lo que Él haría con Su descendencia.

Así que podemos ver a Abraham en diferentes ocasiones, y podemos ver a Dios reflejado en Abraham; podemos ver que Dios reflejándose en Abraham… Y luego podemos ver la descendencia de Abraham según la carne; y podemos ver ahí a la descendencia de Dios, los hijos e hijas de Dios, reflejados en la descendencia terrenal de Abraham.

Ahora, ¿quién es más grande: Abraham o Dios? Dios.

¿Y quién es más grande: la descendencia de Abraham terrenal o la descendencia de Dios celestial? La descendencia de Dios celestial. Y a esa descendencia de Dios celestial, ¿pertenecen quiénes? Todos nosotros; por lo tanto, somos el Israel celestial, del Abraham celestial, de Dios.

Y así como la descendencia de Abraham viene por medio de Isaac, la descendencia celestial de Dios viene por medio de nuestro Isaac, que es nuestro amado Señor Jesucristo; porque Isaac representa a Cristo.

Ahora, vean ustedes la bendición tan grande que hubo en Isaac, ¿por qué? Porque estaba reflejando a Cristo.

Y ahora, en la misma forma en que Abraham ofreció a Dios a Isaac, Dios ofreció a Su Hijo Jesucristo por todos nosotros en sacrificio vivo; lo cual fue tipificado allá cuando Abraham ofreció a Dios a Isaac. Aunque él no lo sacrificó porque el Ángel le dijo que no lo hiciera, él lo iba a hacer, pero ya en su alma lo hizo; por lo tanto, eso contó para Dios, porque Dios vio la fe de Abraham; y Dios, al ver la fe de Abraham, Él vio que Abraham ya en su alma consumó ese sacrificio, por lo tanto, le dijo que se detuviera, y entonces proveyó un carnero para el sacrificio[14].

Y ahora, Cristo es Isaac y Cristo también es el Carnero sacrificado. Vean cómo Dios se reflejó en Abraham el padre de la fe.

Y ahora, Abraham como el padre de la fe, representa al Padre de la fe que es Dios; porque Dios es realmente el Padre de la fe, y Dios es realmente el Padre de la descendencia celestial divina.

Ahora, podemos ver que pertenecemos a la descendencia celestial de Dios; no somos - no pertenecemos a los siervos sino a los hijos, a la descendencia celestial de Abraham. Aunque de entre los siervos, de entre el pueblo hebreo, hubo miles o millones que han recibido a Cristo como su Salvador y han venido a formar parte del Israel celestial, de los hijos e hijas de Dios.

Siempre, en el Cuerpo Místico de Cristo, han entrado hebreos de edad en edad; en una de las edades más, en otras edades menos. En el tiempo de los apóstoles fue que más entraron, y después en la segunda edad; luego en las demás edades muy pocos; y luego en este tiempo final será que entrarán más hebreos.

Y al final Dios llamará 144.000 hebreos, a los cuales les confirmará el Pacto bajo la Sangre de Cristo, el Nuevo Pacto; pero por el momento está confirmándole Su Pacto a la descendencia celestial de Abraham, que son los descendientes de Dios, los hijos e hijas de Dios, en el Cuerpo Místico de Cristo.

En cada ocasión en que Dios ha enviado un mensajero, lo que ha estado haciendo es confirmándole Su Pacto, el Nuevo Pacto, al Israel celestial; o sea, a los hijos e hijas de Dios, que fueron representados en el pueblo hebreo, la descendencia terrenal de Abraham.

Y cuando haya terminado de confirmarle el Nuevo Pacto a todos los descendientes celestiales de Dios, los hijos e hijas de Dios, luego le confirmará ese mismo Pacto a la descendencia terrenal de Abraham: el pueblo hebreo. Le ha confirmado el Nuevo Pacto de edad en edad Cristo en Espíritu Santo a través del mensajero que ha enviado en cada edad.

Y para confirmarle el Pacto al pueblo hebreo, enviará el Ángel que viene con el Sello del Dios vivo, el Ángel que viene con el Espíritu Santo, para confirmarle el Nuevo Pacto al pueblo hebreo.

Y ese misterio de cómo y cuándo le confirmará ese Pacto, y todos los pormenores de ese misterio, no serán revelados, para que nadie imite lo que Dios va a hacer con el Israel terrenal; sino que Dios dejará eso oculto; o sea, la mecánica la ocultará. Continuará confirmándole el Pacto a Su Iglesia en la Edad de la Piedra Angular; y cuando termine de confirmarle Su Pacto hasta el último de los que está escrito en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, luego nos transformará (a los que vivimos), a los muertos en Cristo los resucitará en cuerpos eternos, y luego le confirmará el Pacto al pueblo hebreo, a la descendencia terrenal de Abraham.

Dios dijo que le daría un Nuevo Pacto al pueblo hebreo: es el Nuevo Pacto bajo la Sangre de Jesucristo, la Sangre del Nuevo Pacto. Ellos por cuanto rechazaron a Cristo, rechazaron todo el Programa del Nuevo Pacto; pero en este tiempo final, cuando se haya concluido la confirmación del Pacto a la descendencia celestial de Dios, entonces Dios le confirmará el Pacto, el Nuevo Pacto, al pueblo hebreo; para eso vendrá el Ángel que viene con el Sello del Dios vivo, llamando y juntando y sellando a 144.000 hebreos (12.000 de cada tribu).

Así que ese misterio del pueblo hebreo y los 144.000 hebreos que entrarán cuando haya entrado la plenitud de los gentiles, cuando haya entrado la plenitud de la Iglesia del Señor Jesucristo, nadie lo conocerá completamente. Conocerán las profecías, sabrán que están esas profecías; pero conocer el misterio de esas profecías, conocer todo ese misterio, solamente una persona será el que conocerá ese misterio: el Ángel que viene en el Sello del Dios vivo.

Esto es así porque Dios se estará reflejando a través de ese profeta mensajero. Así como se ha revelado y se ha reflejado por medio de los profetas del Antiguo Testamento, y se ha reflejado por medio de los mensajeros de las diferentes edades de la Iglesia, en este tiempo final estará velado y revelado, y reflejado, a través de Su Ángel Mensajero a Su Iglesia, confirmándole el Pacto, el Nuevo Pacto; y colocando los escogidos del Día Postrero bajo el Nuevo Pacto y bajo la Sangre del Nuevo Pacto; y luego le confirmará el Pacto al pueblo hebreo. Se reflejará a través de ese mensajero al pueblo hebreo, y entonces el pueblo hebreo dirá: “¡Este es al que nosotros estábamos esperando!”.

Por lo tanto, hay un misterio ahí escondido en el Ángel que viene con el Sello del Dios vivo. Si los apóstoles (San Pedro y demás apóstoles, y el mismo San Pablo) trataron de convertir al pueblo hebreo a Cristo y no pudieron, y el mismo reverendo William Branham trató de ir al pueblo hebreo y el Ángel del Señor se lo prohibió, vean ustedes, entonces tiene que haber un misterio grande en ese Ángel que llamará y juntará y sellará 144.000 hebreos.

Ese Ángel vendrá en el Nombre del que lo envía en el Día Postrero; o sea que vendrá en el Nombre del Señor Jesucristo. Ese Ángel viene, en este tiempo final, primero a la Iglesia del Señor Jesucristo en el Nombre del que lo envía, y luego irá al pueblo hebreo en el Nombre del que lo envía también.

Ahora, así como en el Ángel de Jehová estaba el Nombre de Dios…; y luego cuando se hizo carne el Ángel de Jehová, allí estaba el Nombre de Dios para Redención.

Y ahora, Cristo en el Nuevo Testamento nos dice que Él vino - viene en el Nombre de Su Padre, vino en el Nombre de Su Padre; por lo tanto, Él vino en el Nombre de Su Padre, y llevó a cabo la Obra de Redención en el Nombre de Su Padre.

Él dijo en el capítulo 12, verso 28 de San Juan: “Padre, glorifica Tu Nombre”. Y el Padre celestial dijo: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez”. Lo glorificó en la Primera Venida de Cristo y lo glorificará en la Segunda Venida de Cristo.

Por eso la Piedrecita no cortada de manos de Apocalipsis, capítulo 2, verso 17, viene con un Nombre Nuevo, que ninguno conoce sino aquel que lo recibe.

Alguien recibe esa Piedrecita blanca y recibe ese Nombre Nuevo de la Piedrecita blanca. Y nadie conoce ese Nombre sino aquel que lo recibe; porque ese viene en el Nombre del que lo envía, en el Nombre del Señor Jesucristo; y viene ese en el Nombre del que lo envía, y el Nombre del que lo envía tiene un Nombre Nuevo.

Por lo tanto, ese Ángel que recibe esa Piedrecita blanca con un Nombre Nuevo, recibe la bendición de conocer el misterio de la Venida de la Piedrecita blanca y el misterio del Nombre Nuevo que trae la Piedrecita blanca; ese es el Nombre Nuevo del Señor Jesucristo.

Y Cristo en Apocalipsis, capítulo 2, verso 17, es que dice de esa Piedrecita blanca con un Nombre Nuevo, un Nombre Nuevo que nadie conoce sino aquel que lo recibe, o sea, aquel que recibe ese Nombre Nuevo.

¿Que un hombre va a recibir ese Nombre Nuevo? En Apocalipsis, capítulo 2, verso 12… capítulo 3, verso 12, dice:

“Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios (o sea, le haré una persona importante en la Iglesia del Señor Jesucristo, en el Israel celestial, en la congregación de los primogénitos escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero), y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él…”.

¿Ven?, que Cristo ha prometido escribir sobre él, sobre el Vencedor.

“… y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo”.

Es un misterio grande, pero estará este misterio escrito sobre el Vencedor; por lo tanto, ese Vencedor será el único que conocerá ese misterio del Nombre Eterno de Dios, Nombre de la Ciudad de nuestro Dios y Nombre Nuevo del Señor Jesucristo.

Y ese Vencedor es enviado por nuestro amado Señor Jesucristo en ese Nombre; y es enviado a la descendencia celestial de Dios, al Israel celestial, que es la Iglesia del Señor Jesucristo, para confirmarle el Nuevo Pacto a la Iglesia del Señor Jesucristo, en este tiempo final.

Así como le ha confirmado el Nuevo Pacto de edad en edad a Su Iglesia a través del mensajero de cada edad, en este tiempo final se lo confirmará por medio de ese Ángel del Señor Jesucristo; porque es el Ángel del Señor Jesucristo el enviado por Jesucristo.

Apocalipsis 22:16

Ese Ángel viene en el Nombre del que lo envió.

También dice Apocalipsis, capítulo 4, verso 1:

“Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas”.

¿Cómo las va a mostrar Cristo? Apocalipsis 22, verso 6, dice: “Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado Su Ángel, para manifestar a Sus siervos las cosas que han de suceder pronto”.

Las cosas que han de suceder pronto, después de las que ya sucedieron en las siete edades o etapas de la Iglesia, son reveladas a la Iglesia de Jesucristo a través del Ángel del Señor Jesucristo.

“… para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto”.

Para eso es enviado el Ángel del Señor Jesucristo por el Dios de los Espíritus de los profetas.

El Dios de los espíritus de los profetas envía a Su Ángel Mensajero, que es un espíritu de profeta, lo envía a Su Iglesia en carne humana, para revelarle todos estos misterios de Dios, de las cosas que deben suceder pronto; y confirmarle a Su Iglesia en este tiempo final Su Pacto, el Nuevo Pacto, para así entrar al Nuevo Pacto los últimos escogidos de Dios que viven en este planeta Tierra.

Y ahora, por eso es que Dios estableció con Abraham, y con la descendencia de Abraham, un pacto. ¿Por qué? Porque Dios establecería con Su descendencia terrenal un Nuevo Pacto: el Nuevo Pacto bajo la Sangre de Jesucristo, el Cordero de Dios, que es la Sangre del Nuevo Pacto.

Por lo tanto, el Nuevo Pacto es establecido por Dios para Su descendencia celestial; y es confirmado a Su descendencia celestial, Su Iglesia.

Y después que haya entrado toda la descendencia celestial, luego entrará la descendencia terrenal de Abraham, en quien Dios reflejó… Dios reflejó al Nuevo Pacto, el Pacto que Dios establecería con la descendencia celestial a través de Cristo, lo reflejó en el Pacto Antiguo bajo la Ley.

Por eso es que cuando Cristo murió, hasta allí llegó el Antiguo Pacto y llegó la Dispensación de la Ley; porque ya un Nuevo Pacto fue establecido por Dios, para entrar a ese Nuevo Pacto la descendencia celestial de Dios, que son los hijos e hijas de Dios.

La descendencia de una persona pues son sus hijos, sus hijos son descendientes de su padre; y los descendientes de Dios son los hijos e hijas de Dios.

Y ahora, somos miembros de la Familia de Dios, como dice San Pablo en Efesios, capítulo 2, verso 19 al 22, donde dice:

“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios (somos miembros de la Familia de Dios, como hijos e hijas de Dios),

edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,

en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;

en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”.

Para que el Espíritu de nuestro Padre celestial more en nosotros en toda Su plenitud, seamos adoptados como hijos e hijas de Dios.

Ya hemos recibido la adopción espiritual al recibir a Cristo como nuestro Salvador, lavar nuestros pecados en Su Sangre, ser bautizados en Su Nombre y recibir Su Espíritu Santo; esa es la adopción espiritual.

Hemos recibido el espíritu de adopción[15]; pero tenemos que recibir el cuerpo de la adopción, que es el cuerpo glorificado; y eso es la redención del cuerpo cuando seamos transformados.

Y entonces tendremos la adopción física, que es la que nos falta; y estaremos físicamente adoptados como hijos e hijas de Dios, porque seremos físicamente a la semejanza de Dios; y la semejanza de Dios es el cuerpo físico glorificado de nuestro amado Señor Jesucristo.

Por lo tanto, estará la Familia de Dios igual a Dios: con un cuerpo angelical teofánico y con un cuerpo físico glorificado.

Cuando estemos transformados, entonces veremos a Jesucristo en Su cuerpo glorificado, y veremos que seremos iguales a Jesucristo nuestro Salvador; y así estará reunida y completa la Familia de Dios, la descendencia de Dios, los hijos e hijas de Dios.

Esa es la Familia más importante, no solamente de la Tierra sino de los Cielos también; es la Familia más importante, porque es la Familia de Dios, la descendencia de Dios, los hijos e hijas de Dios.

Como en el matrimonio, los más importantes en esa casa, en esa familia, son los hijos de esa familia; y así es en el Cielo: los hijos de Dios son los más importantes, porque son la descendencia de Dios, descienden de Dios.

Y ahora podemos ver quiénes somos nosotros como hijos e hijas de Dios.

Y todo esto fue reflejado en Abraham y su descendencia. Por eso en el Antiguo Testamento, encontramos que el pueblo más importante en el planeta Tierra es el pueblo hebreo; y todavía terrenalmente el pueblo o nación más importante es el pueblo hebreo, aunque se encuentra en conflictos con Dios, pero va a ser reconciliado con Dios el pueblo hebreo.

Cuando se haya completado la reconciliación del Israel celestial, de los hijos e hijas de Dios, entonces vendrá la reconciliación del Israel terrenal, el pueblo hebreo, que son los siervos de Dios.

Por eso es que Cristo dijo que de los nacidos de mujer no hubo ninguno mayor que Juan el Bautista, pero dice: “Pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que Juan”[16].

¿Qué es mayor: un siervo o un hijo? Para un padre de familia no importa lo grande que sea un siervo que él tenga, un hijo (aunque sea recién nacido) es mayor para ese padre de familia, porque ese hijo es carne de su carne, es parte de él.

Pero todo esto, vean ustedes, Dios lo reflejó en Abraham y su descendencia: siendo Abraham tipo y figura de Dios, y la descendencia de Abraham tipo y figura de la descendencia de Dios, de los hijos e hijas de Dios, que vienen a la Tierra para formar la Iglesia del Señor Jesucristo; y forman así la Jerusalén celestial, forman así la nación celestial.

Pertenecemos a una nación celestial, nuestra ciudadanía es celestial; eso es lo que dice el apóstol San [Pablo]: “Nuestra ciudadanía está en los Cielos”[17], porque es celestial. Nuestro nombre está escrito en el Libro de la Vida del Cordero, en el Cielo, desde antes de la fundación del mundo.

Así que, conscientes de quiénes somos para Dios, caminemos como lo que somos para Dios, caminemos como hijos e hijas de Dios en el Cuerpo Místico de Cristo, Su Iglesia, todos los días de nuestra vida.

“DIOS REFLEJADO EN ABRAHAM”. Ese ha sido nuestro tema para esta ocasión.

Hemos visto a Abraham tipo y figura de Dios, hemos visto a Isaac tipo y figura de Cristo; y hemos visto la descendencia de Abraham —que vino por medio de Isaac, Jacob, y así por el estilo— como la descendencia, reflejando o tipificando la descendencia de Dios por medio de Jesucristo, por medio del nuevo nacimiento.

Una nación celestial ha estado naciendo de etapa en etapa. Cada etapa ha producido un grupo con un ángel mensajero, el cual será el príncipe de ese grupo.

De eso hablaremos en otra ocasión; porque así como hubo príncipes, reyes, descendientes de Abraham por medio de Isaac, Jacob, y así por el estilo, hay reyes en la descendencia celestial de Dios.

Todos somos reyes y sacerdotes; pero entre todos los reyes y sacerdotes hay príncipes, o sea, principales, que son los mensajeros correspondientes a cada etapa o edad de la Iglesia del Señor Jesucristo. Por lo tanto, esos príncipes con su grupo estarán gobernando, no solamente aquí en la Tierra sino en el universo completo, con nuestro amado Señor Jesucristo.

Así que la posición de cada uno de ustedes es celestial, aunque estaremos aquí en la Tierra también, en el reino terrenal de Cristo, Reino Milenial, y en toda la eternidad; pero desde este planeta Tierra se gobernará el universo completo.

Los científicos, buscando el centro del universo, no se han dado cuenta que están parados en el centro del universo para la eternidad.

El planeta Tierra es la capital del universo completo para el Reino eterno de Dios; por eso es que en el capítulo 21 y 22 del Apocalipsis dice, miren ustedes… (ya nos estamos… estamos entrando a otro…). Capítulo 21, verso 22 en adelante, dice:

“Y no vi en ella (o sea, en la Nueva Jerusalén) …”.

La Nueva Jerusalén será la ciudad que estará en la eternidad aquí en la Tierra en la forma de una pirámide, y estará en el territorio que en la actualidad es la tierra de Israel, y abarcará más terreno del que en la actualidad tiene el pueblo hebreo. Será en la forma de un monte alto, en forma de pirámide; por lo tanto, la Tierra, para la eternidad, tendrá una forma de trompo a causa de esa Ciudad.

Dice:

“Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero.

La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera”.

O sea que la Columna de Fuego estará alumbrando las 24 horas del día en esa Ciudad, como alumbraba durante las noches sobre el pueblo hebreo, durante la trayectoria del pueblo hebreo por 40 años por el desierto.

“Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella.

Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche.

Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella.

No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero”.

Esos son los que entrarán a esa Ciudad y los que habitarán en esa Ciudad, los que están escritos en el Libro de la Vida del Cordero, los cuales han sido redimidos con la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo.

Leímos en el capítulo 21, versos 22 al 27; y el capítulo 22, verso 1 en adelante, dice (de Apocalipsis):

“Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero”.

¿Que salía de dónde? Del Trono de Dios y del Cordero. ¿Por qué? Porque el Trono de Dios y del Cordero estarán (¿dónde?) en esa Ciudad aquí en la Tierra; o sea que la séptima dimensión estará manifestada ahí en esa Ciudad.

Y el Trono de Cristo es el Trono de David. Por lo tanto, desde esa Ciudad, en la eternidad, Cristo gobernará sobre el planeta Tierra y sobre el universo completo, porque ahí estará el Trono del Cordero y el Trono de Dios.

Ahora, podemos ver que este planeta Tierra es el planeta más importante de todos los planetas; aunque está con muchísimos problemas: con terremotos, maremotos…; y está en peligro de graves situaciones: temen también que un meteoro en algún momento choque con el planeta Tierra y cause graves problemas; también está en peligro a causa de las bombas nucleares que hay y que en una Tercera Guerra Mundial serán usadas, y se va a desatar el fuego atómico sobre la Tierra.

Pero nada de eso anulará el Programa que Dios tiene con el planeta Tierra: de que el planeta Tierra sea el lugar donde estará el Trono de Dios y del Cordero, y desde donde Dios gobernará sobre el planeta Tierra (desde Jerusalén) y sobre el universo completo.

Todo eso también Dios lo reflejó en Abraham y su descendencia terrenal.

Ahora, podemos ver a Dios reflejado en Abraham, y podemos ver las grandes y maravillosas cosas que Dios reflejó a través de Abraham.

Estamos nosotros reflejados en Abraham y su descendencia; porque así como la descendencia de Abraham estaba en Abraham, y Abraham representando a Dios, nosotros estamos representados en tipo y figura en Abraham; porque Abraham tipifica a Dios.

Y nosotros estábamos en Dios eternamente, y hemos venido a la Tierra para confirmar nuestro lugar en la vida eterna; eso es lo que hacemos aquí en la Tierra: confirmando nuestro lugar en la vida eterna al entrar al Nuevo Pacto y ser cubiertos con la Sangre del Nuevo Pacto, la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo.

Nosotros confirmamos nuestro lugar en la vida eterna entrando al Nuevo Pacto, y Cristo confirma el Nuevo Pacto a todos nosotros. Todo esto es así porque nuestros nombres están escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, ¿desde cuándo? Desde antes de la fundación del mundo.

Por lo tanto, usted no se puede perder; usted es eterno, su alma es eterna, es parte de Dios su alma. Y por eso es que Cristo dijo: “Yo he venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”[18], para restaurarnos a Dios y por consiguiente a la vida eterna.

Todo esto lo reflejó Dios con Abraham y su descendencia; por eso es tan importante ver a Dios reflejado en Abraham.

Bueno, que Dios les continúe bendiciendo a todos, que Dios les guarde; y será hasta la próxima actividad, Dios mediante, la cual Miguel les dirá cuándo será, si será hoy o será en el otro viaje que hemos de tener.

Miguel es el que sabe cuándo será la próxima actividad: si es en el próximo viaje, pues estaré con ustedes, ya sea en este cuerpo mortal o en el nuevo cuerpo, lo cual será mucho mejor; y si es dentro de una hora o hora y media, pues también estaré con ustedes aquí presente.

Bueno, ha sido para mí una bendición grande estar con ustedes, dándoles testimonio de: “DIOS REFLEJADO EN ABRAHAM”.

Muchas gracias por vuestra amable atención, y continúen pasando todos un día lleno de las bendiciones del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

Dejo con ustedes nuevamente al reverendo Miguel Bermúdez Marín, para finalizar nuestra parte en esta ocasión.

“DIOS REFLEJADO EN ABRAHAM”.

[Revisión abril 2023 DM]


[1] San Mateo 28:18

[2] Salmos 34:7

[3] Hechos 12:6-17

[4] San Mateo 18:10

[5] Génesis 37:12-28

[6] Génesis 45:9-13

[7] Génesis 15:13

[8] Éxodo 2:11-22

[9] San Juan 10:11

[10] San Mateo 4:4, San Lucas 4:4

[11] Éxodo 4:22

[12] San Mateo 22:30

[13] San Lucas 24:36-43

[14] Génesis 22:1-14

[15] Romanos 8:15

[16] San Mateo 11:11

[17] Filipenses 3:20

[18] San Lucas 19:10